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6 de agosto de 2015

Amapolas



Este año la primera cosecha desvía mi atención del trigo a las amapolas que crecen junto a él. Es curioso descubrir que las semillas de las amapolas viajaron por el Mediterráneo con los primeros cultivos y aún a día de hoy los acompañan resistiendo el embate de los herbicidas, compensando poéticamente la visión del terreno como una sucesión de parcelas a explotar. Se mecen con el viento, fingiéndose frágiles, marchitan y desaparecen discretamente para resurgir tras el sueño del invierno, como brasas reavivadas, como llamas inextinguibles en el paisaje rural.

Ningún cultivador las invita pero, leales, permanecen al lado de las hermanas espigas. Parecen recordar mejor de lo que nosotros hemos hecho el equilibrio que debe existir entre la vigilia y el sueño -de la tierra y de la mentes- ; entre nuestra naturaleza cultivada y nuestra naturaleza silvestre, entre el trabajo que nos permite recolectar los frutos del propio esfuerzo y nuestra capacidad de aceptar los dones inesperados que aparecen en nuestras vidas.

Toda cosecha, planificada, laboriosa, trae consigo una corte de espontáneas amapolas recordándonos con insistencia que la vida se extiende más allá de los confines limitados por los objetivos que en el mejor de los casos nos hemos propuesto y más comunmente nos han sido impuestos. Tal vez por eso, en este régimen de explotación intensiva del medio y de nosotros mismos al que a menudo nos sometemos de forma inconsciente, algunos no consideran las amapolas más que una flor caprichosa, inútil y prescindible, o incluso una mala hierba que arrancar. La misma ceguera que nos condena a no apreciar más que la mitad de los bienes que en realidad nos son entregados en cada cosecha, o en cada giro de nuestra vida. 

En igual medida que las espigas, las amapolas fueron los atributos que la antiguedad asoció a Deméter, señora de la agricultura, expresando así una comprensión más profunda del ciclo natural y sus ecos en nuestra existencia. La roja y breve belleza de la amapola permanece con la sabiduría que la tierra madre oculta en sus entrañas y expresa a través de todas sus criaturas.
Si no las hemos podido apreciar antes, podemos contar con su regreso. Sus semillas pueden esperar largas temporadas el momento adecuado para germinar y emerger a la superficie. Porque las amapolas sólo prosperan en tierras removidas; en campos de labranza o campos de batalla, en la soledad de la escombrera - donde nada queda ya, ni una figura que porte un recuerdo-, o en márgenes de caminos trazados una y otra vez en el tiempo.