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26 de marzo de 2015

El rey va desnudo




Muchos entienden que ser bruja equivale a creer en cualquier tipo de "cosas extrañas" de forma indiscriminada; lo mismo da que hablemos de medicina alternativa, conjuros y talismanes, canto de mantras, trabajo ritual, conspiranoia o fantasías decimonónicas de etnocentristas trasnochados. En ocasiones compramos las historias de otros, por absurdas que nos parezcan, porque queremos reafirmar las propias, aquello del "no juzgues si no quieres ser juzgado". Parece la solución más fácil para evitar la hostilidad que supondría admitir simplemente que algo no nos acaba de convencer, que lo vemos de una manera diferente o que no nos cuadra de ninguna de las maneras. Detrás de esta elección, además de este supuesto "interés mutuo" que ciertamente puede terminar haciéndonos comulgar con ruedas de molino puede estar cierto temor a la respuesta de aquellos que contaban con que nuestro apoyo fuera incondicional, o el miedo a no ser "lo suficientemente sensibles" para percibir algo que un grupo de gente está declarando allí mismo como real.

En el cuento de Andersen "El Traje nuevo del Emperador", ante la premisa de que las nuevas telas no pueden ser vistas por gente estúpida, nadie admite que de hecho lo que ven es un emperador desnudo, empezando por el propio emperador. La historia es tan vieja que podemos encontrarla en el folklore de Turquía, India o Sri Lanka. También en el Conde Lucanor (ca.1330) aparece una versión en la que el traje sólo será visto por aquellos que sean hijos de su presunto padre. En la versión de Andersen, sólo un niño es capaz de gritar que ve al emperador desnudo, y tras su atrevimiento el pueblo allí reunido admite que el regente va desnudo, aunque éste hace como si nada y termina su desfile. De haberse tratado de una historia real, alguien hubiera callado al impertinente niño y seguido con la pantomima: Es difícil que se admita de tan buen grado haber mentido por temor a quedar mal, porque naturalmente es algo que a pesar de ofrecernos una salida digna, nos haría quedar aún peor. El descubrimiento de un engaño - o simplemente de una pieza que chirría - a menudo se vuelve contra aquel que no sigue el juego y en ocasiones reciba el castigo del "colectivo" que ha apostado por respaldar la versión de la realidad que ha aceptado a priori, aún cuando a fin de cuentas sus manos estén vacías. Por supuesto, no faltarán  individuos capaces de fabricar y venderse el traje a sí mismos, y salir luego a la calle a presumirlo.

Esto sucede por igual en la vida ordinaria y en la vida mágica/espiritual, si es que realmente se puede trazar una frontera entre ambas. Lo vemos en grupos de adolescentes, pero también de personas adultas, que están pidiendo a gritos atención, que necesitan de artificios para poner un poco de color en sus vidas aburridas, o de subterfugios que justifiquen las acciones en las que no se reconocen. Esto no significa que no se produzcan fenómenos reales (porque una cosa no quita la otra), sino que son gestionados de la peor de las maneras posibles, y suelen acabar creando una auténtica dependencia del individuo hacia sus propias sombras o proyecciones luminosas - cuando no a las de otros-, que no cesan de alimentarse y crecer, atrapándolo en un bucle.
Para ver más allá de lo habitual basta con mirar donde nadie mira y luego ser capaz de aceptar lo que se ve. Del mismo modo que el pasado histórico es sistemáticamente manipulado para justificar construcciones ideológicas del presente, muchas acciones que tienen lugar en el mundo "espiritual" o "mágico" son antes síntomas de un problema básico no-resuelto que soluciones viables para enfrentarlo. A menudo esto me hace pensar en si nos tomamos en serio la premisa de la "responsabilidad por uno mismo", o si nos pueden las ganas de agitar enfáticamente una varita (rosa fresa o negro noche, lo mismo da) y contar historias robadas como si fueran propias.

Por supuesto no hay una única manera de andar el camino, y el autoengaño puede ser una etapa más en este viaje, pero personalmente y a pesar de los disgustos que me causa en público, prefiero mantener al niño impertinente cerca. Lo quiero, porque no se le supone a esta criatura un ánimo destructivo, ni siquiera una intención de afirmar o negar a priori lo que otros dicen; sino de ser sincero respecto a sus propias percepciones (o, en otros casos, sus principios) y que hablar de ello no debería ser motivo de censura, mientras se respete a los demás. Es posible incluso que, en tanto que niño, crea en cosas mucho más locas o absurdas que una tela que sólo los hijos de sus presuntos padres puedan ver. Pero lo necesitamos para recordar que aunque "cualquier cosa" podría funcionar, no lo hará siempre, ni en cualquier lugar, ni será lo mismo para una persona que para otra. Y es también muy útil para burlar las presiones y exigencias de aquellos que quieren para sí lo que pretenden prohibir a otros, por ejemplo, la capacidad de inventar viejos y nuevos dioses y establecer una relación personal con ellos.