Páginas

29 de junio de 2015

Conserva la llama


Pieter Claesz, Still Life with Letter and Candle, 1625


De vez en cuando la vida nos pide paciencia, y no se trata sólo se trata de esperar a que algo cambie, o a que algo ocurra; sino de verse arrastrado sin motivo aparente a algún rincón oscuro por tiempo indefinido, sin poder hacer mucho más que pensar, mientras desde alguna rendija traicionera nos llegan los gritos de los otros niños jugando alegres y despreocupados en el patio. O bien se acumulan horas extra en horarios intempestivos, juntando un día con otro, y uno no sabe ya de dónde robar el tiempo para alimentar los sueños que van languideciendo. 

Pero lo roba, y los mantiene vivos, mientras sigue pensando. E incluso se pregunta si no sería más sencillo dejarlo correr, bajar la cabeza, sustituir esos sueños de grandes alas por otros más acordes a las circunstancias, unos que encajen en el orden que se ha ideado para contener a todos aquellos que no aprendieron a tiempo a cumplir con las formalidades, o al menos a aparentarlo. Pero nadie que pretenda estar vivo puede dar la espalda a la verdad que lo habita y se alza como una llama en el centro, y da un sentido a cada respiración aunque esté rodeada de oscuridad, aunque por tiempo indefinido no se pueda hacer nada más que seguirla alimentando con lo poco que se tenga. 

A penas salimos a los caminos del mundo, nos rodean señales, indicaciones, consejos, más o menos bienintencionados. Nos hacen creer que hay un manual, una fórmula del éxito, y nos describen las opciones que tenemos para concebir ese éxito en cada uno de los ámbitos de nuestra existencia; éxito material, éxito profesional, éxito amoroso, éxito espiritual... Y sin embargo, cuando la llama ha seguido viva durante el suficiente tiempo, llega un momento en el que lo convierte todo en cenizas y nos recuerda que ese será algún día también nuestro destino. Los caminos se retuercen para llevarnos dónde ellos quieren, alejándonos de nosotros mismos; las fórmulas nos van envenenando, volviéndonos cansados, rabiosos, porque al llegar a nuestras metas se convierten en humo, dejando un sabor de fracaso que tratamos de disimular torpemente con las habilidades que hemos ganado en nuestro sendero de extravío, un segundo antes de saltar con avidez a por otro falso logro.

Seas quien seas, vengas de donde vengas, conserva esa llama en ti. Reavívala cuando tengas oportunidad. Llegado el momento, arrasará con las ilusiones que nos alejan de la vida para encajarnos en su teatro de títeres, pintándonos una máscara y escribiendo un guión que nada tiene que ver con lo que llevas dentro, sino con lo que a otros les interesa que repitas. Conserva esa llama que te mantiene con vida, aunque a veces esto suponga un sacrificio, y no sólo un sacrificio material, sino la terrible pérdida de inocencia que implica observar las fuerzas que mueven el mundo, y los dominios que han asentado en tu propia mente. 

Conserva esa llama y agradece que en algún momento te arrastre al abismo y te deje allí solo, o sola, sin poder hacer mucho más que pensar si realmente no hay otros caminos a parte de los que ahora has considerado, si no hay objetivos con más significado que aquellos que hasta ahora has perseguido. Conserva esa llama, aunque no puedas hacer más que mantener esos sueños de grandes alas, tan inapropiados a las circunstancias, y por amor a ellos hayas tenido que renunciar al confort de una vida de catálogo, a la seguridad de estar haciendo las cosas bien, o a la aprobación de propios y extraños. Conserva esa llama aunque te duela ver la facilidad con qué las lenguas zalameras se tornan viperinas y las palmaditas en puñaladas, sigue adelante porque ni las unas ni las otras son más que una ilusión. Y aunque una y otra vez te aconsejen, pidan ordenen o exijan que bajes la cabeza, sigue adelante porque sólo aquello que nos inspira respeto genuino puede enseñarnos algo acerca de la humildad. 

Conserva esa llama, deja que sea tu única compañía, tu guía. Interrógala acerca de todo aquello que es necesario corregir o dejar atrás, acerca de todas las heridas que arrastras, acerca de tus propias culpas, acerca de tus frustraciones, acerca de aquello por lo que sea que llegaste a este mundo, acerca de lo que tienes para dar y las maneras de hacerlo, acerca de lo que en verdad necesitas y cómo encontrarlo. Permite que te responda con la sinceridad de un espejo que no encontrarás nunca entre los hombres y no temas sus respuestas, porque nada puede haber que lleves contigo a lo que no estés sobreviviendo en este mismo instante. Y una vez tengas las respuestas, sigue adelante.

Sigue adelante aunque el camino te lleve de paseo a tus propios infiernos, tan aparentemente lejos de todo lo que un día deseaste llegar a tener, conocer o ser. Sigue adelante incluso si un día te pide el sacrificio de los sueños de grandes alas que tanto costó mantener con vida, por los que llegaste aquí, y te abandona, desnudo, delante de una simple puerta. Por que por esa puerta se cruza a la única vida que merece ser vivida, aquella en la que abrazarás lo que tu alma ha buscado por tanto tiempo, creyéndose perdida y maltratada, y su presencia será tan real como te hayas hecho tú en el proceso de deshacerte de todo aquello que nos sobra. 

Ya no te sorprenderá que en realidad sea una puerta de regreso al mundo que dejaste atrás, ni que éste aparezca renovado porque ves ahora lo que antes permanecía invisible, y vives lo que parecía imposible. Que lo que antes importaba carezca ahora de relevancia, que la vida resplandezca en cada brizna de esta existencia reencontrada y que poco a poco, salidos de lugares insospechados, vayan apareciendo otros como tú. Porque los hay, y no son pocos. 

Al otro lado esperan, desde siempre, tus sueños de grandes alas, transformados en realizaciones.