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26 de noviembre de 2015

Las palabras no escritas




Decir que escribir es trazar letras es sólo una verdad a medias, porque garabatear una lista de la compra, o teclear un memorandum es escribir también, y no es lo mismo que ese impulso de tejer con palabras una visión del mundo que a algunos especímenes nos asalta constantemente, aún -y a veces especialmente- cuando no tenemos tiempo de pararnos a plasmar esas palabras de forma ordenada o al menos inteligible. 

Las palabras nos acompañan, allá donde vamos, como avecillas encantadas que se enredan en  nuestros cabellos, recreando en la memoria texturas, matices de luz, paletas de colores que encontramos a nuestro paso y que quisiéramos retener por algunos segundos, que nos traen ecos de viejas historias, o refulgen como el presagio de alguna nueva.  

A través de esas palabras, efectivamente escritas o no, entendemos o al menos experimentamos las realidades e irrealidades que nos roden o nos habitan, y en las que a veces nos perdemos como un pequeño bote a la deriva en un mar de límites imprecisos. Un océano que, de vez en cuando, oscuro y embravecido nos obliga a tirar por la borda todas esas palabras y nos sume en ese silencio que significa el desgarro de un velo o un telón que se levanta hacia un universo insospechado en el que nos adentramos tan desnudos e indefensos como llegamos a la vida.

El silencio empieza como un punto y aparte, luego se prolonga sin explicaciones ni excusas, blanco como las hojas o pantallas que esperan; negro como las noches que pasan tan iguales unas a otras que cabalgan como oscuros caballos sobre el sangrante sol de los días heridos. 

Hay caminos que no llevan a ningún lado, ni permiten la vuelta atrás. Caminos que nos enseñan que todo nuestro mundo es una gran ficción sostenida por finísimos hilos, condenada a derrumbarse cada cierto tiempo del mismo modo que una hoja caduca se desprende del árbol, por mucho escándalo que pueda armar nuestra eterna resistencia a lo grande, incluso cuando se manifiesta a través de nosotros mismos.

Como un gigantesco reloj de arena al que el mismo Tiempo diera la vuelta para reiniciar su cuenta, el perderse lleva a encontrarse, el vacío lleva un nuevo principio y el silencio a la palabra que enraíza en él, como el día surge de la noche, despertando en nuevas formas la sangre o la luz otrora derramadas, con o sin sentido.

A veces despertamos arrastrados por las olas en una solitaria orilla, sin recordar el naufragio ni tener demasiado claro hacia dónde dirigir nuestros pasos en cuanto podamos levantar nuestro cuerpo adolorido. Pero vivos al fin y al cabo, conscientes y con una palabra de agradecimiento en nuestros labios que no precisa ser pronunciada.

6 de octubre de 2015

Himno a la Noche

Mary L. Macomber, Night and Her Daughter Sleep, 1902

Cantaré a la Noche, engendradora de dioses y hom­bres, [la Noche es el origen de todo; también llamémosla Cipris] ; escúchame, diosa feliz, de oscuro resplandor, como el brillo de las estrellas, que disfrutas con la tranqui­lidad y la soledad que proporciona un sueño profundo; jovial, deleitosa, vigilante durante toda la noche, madre de los sueños, amable eliminadora de las preocupaciones con el olvido, dueña de la calma de las fatigas; otorgadora del sueño, amiga de todos, conductora de caballos, res­plandeciente durante la noche, imperfecta, esto es, en sí terrenal y celeste a la vez. Con movimientos circulares dan­zas en persecuciones que recorren los aires, tú, que des­pides la luz al Tártaro y, a tu vez, te refugias en el Hades, porque la terrible necesidad lo domina todo. Ahora, afor­tunada, te invoco, felicísima y grata a todos, acogedora, escucha mis voces de súplica, ven propicia, te lo ruego, y aleja los temores que aparecen al resplandor de la noche.

29 de septiembre de 2015

Lo Oculto

Lucien Lévy-Dhurmer, Portrait of a young woman, sf

Puede ocurrir en cualquier momento, aunque a menudo sucede cerca de los equinoccios que anuncian la llegada de la época oscura y luminosa del año; derrepente nos damos cuenta de que en un descuido hemos perdido algo por el camino, que quizá nos hemos dejado algo demasiado importante atrás. Una parte de nosotros se ha cansado de que tiráramos de ella hacia ningún lugar y ha aprovechado nuestra falta de atención para escapar porque, al menos, ella tenía claro a dónde quería ir. 

Repentinamente espantados percibimos que algo importante ya no está ahí, y de paso nos damos cuenta de lo cansados que estamos, de las mil maneras en las que nos hemos forzado más allá de lo aceptable o dejado caer en la apatía, y nos invade el deseo de reencuentro con nosotros mismos, la necesidad de volver a "casa", de "reconectar"...
Otras veces poco tiene que ver con lo estacional, puede que hayamos estado demasiado tiempo encerrados en una habitación concreta de nuestra mente, tratando ciertos temas, y es hora de abrir las ventanas para que entren el aire y la luz y nuevas ideas y formas de ver las cosas. O bien puede que hayamos estado pidiendo/exigiendo peras a los olmos hasta que tras acumular mucha frustración terminamos por aceptar que los olmos son lo que son y ni dan peras ni  las pueden dar, y que, por otra parte, posiblemente nosotros no necesitamos peras para nada.

Sea como sea, en un momento de lucidez decidimos romper con nuestra obcecación, inercia o letargia y dejarnos guiar por las señales que marcan el camino al lugar seguro en el que podremos recuperar aquello que ahora sentimos ausente, recuperándonos a cada paso. Los procesos de desgaste y renovación se repiten cíclicamente en nuestras vidas, y al final uno termina por tener sus propios trucos para no perder del todo el hilo de su existencia... 

Mi último extravío se veía venir, y no me pilló tan desprevenida. Hacía falta mucha limpieza, incluso es posible que algo más de lo habitual en estos casos, pero con la mera limpieza no basta. Es necesario también algo de inspiración, algo distinto a nosotros, que no esté demasiado desgastado - ni saturado por los efectos del filtro instagram-, un diálogo para poner a circular las ideas. 

Por esto decidí recuperar "Lo Oculto", de Colin Wilson; un ensayo publicado en 1971 que defiende que tras fenómenos considerados paranormales se encuentra un cúmulo de potencialidades del ser humano y su conciencia. A lo largo de esta obra, Wilson relata una muy personal  "historia de la magia", y emplea detalles biográficos de personajes como John Dee, Dion Fortune, Cagliostro, Crowley o Agripa, además de abundantes citas y documentación de otros personajes históricos. 

Escogí este libro para recuperar el hilo de mi relación con lo oculto porque era una recomendación común dentro de algunos círculos en los que me moví hace años, y me apetecía reencontrarme con él a la luz de un sentido de la crítica más desarrollado de lo que por aquel entonces se consideraba apropiado. Algo maravilloso de los libros es que nos permiten ser más receptivos y pacientes de lo que tal vez lo seríamos si aquellos que los escribieron nos hablaran directamente, aún contándonos las mismas cosas. 

Tal como sospechaba, en muchos aspectos no puedo estar más en desacuerdo con Wilson, que - como muchos otros autores- parece haber construido su "historia" tomando  hechos y documentos sueltos y ordenándolos a su gusto, como ejemplos ilustrativos de un discurso subjetivo (por no hablar de lo machista, o de la manía que demuestra al politeísmo). Sin embargo Lo Oculto es también una interesante miscelánea de temática oculta y personajes, y aunque de lo que cuenta personalmente me creo a penas una cuarta parte, está bien contado. Por supuesto, nadie le quita los documentos y las cuestiones planteadas (aún cuándo las respuestas ofrecidas no nos satisfagan), y alguna que otra cosa con la que sí estoy de acuerdo, como el fragmento que sigue, que tiene que ver, en parte, con la reconexión de la que hablaba más arriba;

"El problema del hombre no es su incapacidad para alcanzar la concentración con la que podría sacar máximo provecho a sus poderes, sino su ignorancia sobre lo que dicha concentración es capaz de conseguir. Y esta noción deriva en una formulación de vital importancia: el "ocultismo" no es un intento de descorrer el velo de lo desconocido, sino simplemente el de la banalidad que llamamos "presente".

El mecanismo básico para conseguirlo es muy simple. Por lo general soy un hombre "encerrado en mí mismo". Si no tengo nada en especial que hacer , simplemente permito que mi mente divague; suelo pensar en algún cotilleo, o intento recordar las palabras de alguna canción popular; puedo meditar sobre alguna preocupación o resentimiento, o acerca de un programa que vi en la televisión la noche anterior. Yo elijo la finalidad con que utilizo mi consciencia. Podría decir que la consciencia es como una caja, y que yo determino lo que coloco en su interior.

Ahora supongamos que estoy dando un paseo en Lake District. Contemplo un paisaje impresionante, pero a través de una especie de velo, el velo de mí mismo y mis triviales preocupaciones. Estoy permitiendo que las imágenes se asocien a "vibraciones" mediocres.

Consideremos ahora lo que sucede si el paisaje que contemplo se relaciona con una vibración más profunda. Supongamos, por ejemplo, que mientras admiro los páramos que circundan Haworth Parsonage la imagen me hace pensar en Cumbres Borrascosas y la tragedia de las Brontë. ¿Qué sucede cuando experimento la repentina vibración de la gravedad? Simplemente que soy rescatado de mi visión personal y limitada de la vida, una visión comparable a la que tendría un gusano desde la tierra; sucede que recuerdo que la vida es mucho más grande, más excitante, más importante, más trágica de lo que había percibido. En realidad, yo lo "había sabido" siempre, pero me había permitido "olvidarlo".

El arte funciona así: nos rescata de la trivialidad que nosotros mismos elegimos, esa trivialidad a la que tan proclives somos; se parece a una nota grave de órgano que nos pone los pelos de punta y provoca un escalofrío que nos recorre todo el cuerpo. Nos "alejamos" de la vida como una cámara que realiza un plano general con un gran angular. Sencillamente tomamos consciencia de más realidad que antes. (...) "
 Lo Oculto, Colin Wilson
Arkano Books, Madrid, 2006

24 de septiembre de 2015

Otra vez



The goat of Vence, Marc Chagall

El equinoccio de otoño llega como un viejo amigo que no esperamos, pero un día toca a la puerta, y al abrazarlo nos damos cuenta de lo mucho que lo hemos extrañado; de la falta que nos hacía… Cada otoño es, en cierto modo, un regreso a casa, un retorno por el camino de cabras a esta solitaria cabaña desde la que yo escribo con ánimo de apaciguar los demonios que pueblan mi mente. No quisiera librarme de ellos por miedo a perder también la compañía de sus relatos, que brillan y danzan como las llamas del fuego en estas noches cada vez más frías y largas.

Años atrás, y aún hoy de vez en cuando, se oye hablar de aquellos que escuchan en algún momento “la llamada”, como un susurro que tira de nosotros el otro lado de los límites establecidos por nuestra cotidianidad, una necesidad que irrumpe para empujarnos a la búsqueda de algo que a penas intuimos con algún sentido recién descubierto. Cruzamos un umbral sin nombre, para andar el serpenteante camino que no lleva a otro lugar que a nosotros mismos, una y otra vez. 

Mi búsqueda personal me ha aportado más dudas que certezas, y tal vez incluso más decepciones que alegrías, pero no renuncio a ella. Algunos entenderán por qué seguimos buscando por tierra, mar y cielo, entre lo que reluce bajo el sol y lo que se oculta en las sombras. Algunos entenderán que al final sólo queda la búsqueda, y todo lo demás en derredor se apaga consumido de las llamas, imágenes y nombres que pierden el sentido cuando revelan lo que ocultaban… Y cuando abrimos de nuevo los ojos hay que dar demasiadas explicaciones – ya no a los demás, sino a nosotros mismos. 

Muchas de esas explicaciones resultan bastante insatisfactorias, pero aquí estamos. Escribiendo para apaciguar demonios, dejando un rastro de pesadas letras en el camino hacia el otro lado del espejo.

6 de agosto de 2015

Amapolas



Este año la primera cosecha desvía mi atención del trigo a las amapolas que crecen junto a él. Es curioso descubrir que las semillas de las amapolas viajaron por el Mediterráneo con los primeros cultivos y aún a día de hoy los acompañan resistiendo el embate de los herbicidas, compensando poéticamente la visión del terreno como una sucesión de parcelas a explotar. Se mecen con el viento, fingiéndose frágiles, marchitan y desaparecen discretamente para resurgir tras el sueño del invierno, como brasas reavivadas, como llamas inextinguibles en el paisaje rural.

Ningún cultivador las invita pero, leales, permanecen al lado de las hermanas espigas. Parecen recordar mejor de lo que nosotros hemos hecho el equilibrio que debe existir entre la vigilia y el sueño -de la tierra y de la mentes- ; entre nuestra naturaleza cultivada y nuestra naturaleza silvestre, entre el trabajo que nos permite recolectar los frutos del propio esfuerzo y nuestra capacidad de aceptar los dones inesperados que aparecen en nuestras vidas.

Toda cosecha, planificada, laboriosa, trae consigo una corte de espontáneas amapolas recordándonos con insistencia que la vida se extiende más allá de los confines limitados por los objetivos que en el mejor de los casos nos hemos propuesto y más comunmente nos han sido impuestos. Tal vez por eso, en este régimen de explotación intensiva del medio y de nosotros mismos al que a menudo nos sometemos de forma inconsciente, algunos no consideran las amapolas más que una flor caprichosa, inútil y prescindible, o incluso una mala hierba que arrancar. La misma ceguera que nos condena a no apreciar más que la mitad de los bienes que en realidad nos son entregados en cada cosecha, o en cada giro de nuestra vida. 

En igual medida que las espigas, las amapolas fueron los atributos que la antiguedad asoció a Deméter, señora de la agricultura, expresando así una comprensión más profunda del ciclo natural y sus ecos en nuestra existencia. La roja y breve belleza de la amapola permanece con la sabiduría que la tierra madre oculta en sus entrañas y expresa a través de todas sus criaturas.
Si no las hemos podido apreciar antes, podemos contar con su regreso. Sus semillas pueden esperar largas temporadas el momento adecuado para germinar y emerger a la superficie. Porque las amapolas sólo prosperan en tierras removidas; en campos de labranza o campos de batalla, en la soledad de la escombrera - donde nada queda ya, ni una figura que porte un recuerdo-, o en márgenes de caminos trazados una y otra vez en el tiempo.

20 de julio de 2015

Antecomienzo





No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia ese sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin.

José Ángel Valente


Llevaba semanas sorteando las lagunas de mi memoria en busca de estos versos, que en su día publicó en su blog una de mis más antiguas compañeras de camino y que desde entonces, de forma nebulosa, me ha acompañado a lo largo de los años. Con movimientos así de sutiles se gestan los cambios vitales, cuando una parte de nosotros decide que hay algo en el panorama que no cuadra, que ya no funciona, que nuestros esfuerzos se empeñan en llenar un vaso vacío y empezamos a desgastarnos. Algo por dentro se da cuenta y da la voz de alerta, que demasiado a menudo desoímos. Entonces se vuelve insistente, nos lanza imágenes, recuerdos, ideas como alguien que estuviera lejos y tratara de captar nuestra atención haciendo señales desesperadas. Yo siempre la imagino como mi reflejo, al otro lado de un río, a la otra orilla de un lago. La llamo "la del plan B".

Así se asoma a mi vida, cansada de tanto esfuerzo inútil, de tanta distancia respecto a lo que en realidad importa. Deja en mis manos los versos, copiados a mano durante la que recuerdo como una de las épocas más difíciles de explicar de mi existencia, en el grimorio más efectivo con el que he trabajado nunca, que no es otro que el primero de los cuadernos que empecé a escribir para sacarme a mí misma del cúmulo de tremendas situaciones en las que, sin saber muy bien cómo, acabé atrapada. Releo sus páginas y me encuentro a mí misma solucionando situaciones de maneras increíbles, por no decir mágicas. No fueron precisamente la clase de días felices que aparecerían en un anuncio, pero lo cierto es que hubo tantos buenos momentos como terribles amenazas, y las mejores compañeras de aventuras. Allí, por supuesto, no podía faltar "la del plan B" dirigiendo la función, poniendo a prueba sus habilidades y pasándoselo en grande a la mínima ocasión. Si le hubieran dicho que al día siguiente la ejecutarían, hubiera improvisado una fiesta para esa misma noche, y  tratado de escapar de buena mañana.

Pero las cosas no fueron tan mal, así que en cuanto se normalizó todo cada una volvió a su correspondiente orilla. Y cuando las cosas volvieron a ir mal, ya no quise escucharla más. En un tiempo sin reglas, en el que todo había caído, en un momento sin nadie a quien dar explicaciones, sus planes podían funcionar, pero no en mi nueva realidad. Llené su espacio con una miríada de ocupaciones, con cosas que responder a quienes quisieran preguntar. Llené mi tiempo tal vez sólo en un intento disimulado de procurarme un escudo efectivo ante la inquisición de familiares, conocidos, entrevistadores de trabajo, y por supuesto de mi propia desaprobación. Y aunque nunca he podido vincularme a un proyecto en el que no creyera, puede que no los haya disfrutado tanto como podría haberlo hecho de no estar escapando de mi misma en mi huída hacia "lo correcto". 
Ahora ese camino me deja una vez más agotada en un callejón sin salida, yo quisiera haber respondidido un bien domesticado "sí, claro"...  pero "La del plan B" se me adelanta, grita un "no" por mi boca, me sonríe cómo si le debiera la vida y se esfuma dejándome el cuaderno en las manos como una invitación a recordar que, contra todo pronóstico de mi censor interno, hay otras maneras de hacer las cosas.

Si no puedo rendirme por un lado, tendré que rendirme por el otro. Así que aquí estamos de nuevo, en el "antecomienzo", rodeada de los escombros de mi enésimo intento frustrado de autodomesticación, con las manos vacías, observando cómo se eleva ese sol radiante de la noche, pidiéndole que rija cada uno de los días que me quedan por vivir. Deseando - es hora de reconocerlo-  dejar de ser yo el pálido reflejo de esa bruja de pelo enmarañado que me habita y se asoma de vez en cuando a ver si ya estoy lista para reunirme de nuevo con ella.


29 de junio de 2015

Conserva la llama


Pieter Claesz, Still Life with Letter and Candle, 1625


De vez en cuando la vida nos pide paciencia, y no se trata sólo se trata de esperar a que algo cambie, o a que algo ocurra; sino de verse arrastrado sin motivo aparente a algún rincón oscuro por tiempo indefinido, sin poder hacer mucho más que pensar, mientras desde alguna rendija traicionera nos llegan los gritos de los otros niños jugando alegres y despreocupados en el patio. O bien se acumulan horas extra en horarios intempestivos, juntando un día con otro, y uno no sabe ya de dónde robar el tiempo para alimentar los sueños que van languideciendo. 

Pero lo roba, y los mantiene vivos, mientras sigue pensando. E incluso se pregunta si no sería más sencillo dejarlo correr, bajar la cabeza, sustituir esos sueños de grandes alas por otros más acordes a las circunstancias, unos que encajen en el orden que se ha ideado para contener a todos aquellos que no aprendieron a tiempo a cumplir con las formalidades, o al menos a aparentarlo. Pero nadie que pretenda estar vivo puede dar la espalda a la verdad que lo habita y se alza como una llama en el centro, y da un sentido a cada respiración aunque esté rodeada de oscuridad, aunque por tiempo indefinido no se pueda hacer nada más que seguirla alimentando con lo poco que se tenga. 

A penas salimos a los caminos del mundo, nos rodean señales, indicaciones, consejos, más o menos bienintencionados. Nos hacen creer que hay un manual, una fórmula del éxito, y nos describen las opciones que tenemos para concebir ese éxito en cada uno de los ámbitos de nuestra existencia; éxito material, éxito profesional, éxito amoroso, éxito espiritual... Y sin embargo, cuando la llama ha seguido viva durante el suficiente tiempo, llega un momento en el que lo convierte todo en cenizas y nos recuerda que ese será algún día también nuestro destino. Los caminos se retuercen para llevarnos dónde ellos quieren, alejándonos de nosotros mismos; las fórmulas nos van envenenando, volviéndonos cansados, rabiosos, porque al llegar a nuestras metas se convierten en humo, dejando un sabor de fracaso que tratamos de disimular torpemente con las habilidades que hemos ganado en nuestro sendero de extravío, un segundo antes de saltar con avidez a por otro falso logro.

Seas quien seas, vengas de donde vengas, conserva esa llama en ti. Reavívala cuando tengas oportunidad. Llegado el momento, arrasará con las ilusiones que nos alejan de la vida para encajarnos en su teatro de títeres, pintándonos una máscara y escribiendo un guión que nada tiene que ver con lo que llevas dentro, sino con lo que a otros les interesa que repitas. Conserva esa llama que te mantiene con vida, aunque a veces esto suponga un sacrificio, y no sólo un sacrificio material, sino la terrible pérdida de inocencia que implica observar las fuerzas que mueven el mundo, y los dominios que han asentado en tu propia mente. 

Conserva esa llama y agradece que en algún momento te arrastre al abismo y te deje allí solo, o sola, sin poder hacer mucho más que pensar si realmente no hay otros caminos a parte de los que ahora has considerado, si no hay objetivos con más significado que aquellos que hasta ahora has perseguido. Conserva esa llama, aunque no puedas hacer más que mantener esos sueños de grandes alas, tan inapropiados a las circunstancias, y por amor a ellos hayas tenido que renunciar al confort de una vida de catálogo, a la seguridad de estar haciendo las cosas bien, o a la aprobación de propios y extraños. Conserva esa llama aunque te duela ver la facilidad con qué las lenguas zalameras se tornan viperinas y las palmaditas en puñaladas, sigue adelante porque ni las unas ni las otras son más que una ilusión. Y aunque una y otra vez te aconsejen, pidan ordenen o exijan que bajes la cabeza, sigue adelante porque sólo aquello que nos inspira respeto genuino puede enseñarnos algo acerca de la humildad. 

Conserva esa llama, deja que sea tu única compañía, tu guía. Interrógala acerca de todo aquello que es necesario corregir o dejar atrás, acerca de todas las heridas que arrastras, acerca de tus propias culpas, acerca de tus frustraciones, acerca de aquello por lo que sea que llegaste a este mundo, acerca de lo que tienes para dar y las maneras de hacerlo, acerca de lo que en verdad necesitas y cómo encontrarlo. Permite que te responda con la sinceridad de un espejo que no encontrarás nunca entre los hombres y no temas sus respuestas, porque nada puede haber que lleves contigo a lo que no estés sobreviviendo en este mismo instante. Y una vez tengas las respuestas, sigue adelante.

Sigue adelante aunque el camino te lleve de paseo a tus propios infiernos, tan aparentemente lejos de todo lo que un día deseaste llegar a tener, conocer o ser. Sigue adelante incluso si un día te pide el sacrificio de los sueños de grandes alas que tanto costó mantener con vida, por los que llegaste aquí, y te abandona, desnudo, delante de una simple puerta. Por que por esa puerta se cruza a la única vida que merece ser vivida, aquella en la que abrazarás lo que tu alma ha buscado por tanto tiempo, creyéndose perdida y maltratada, y su presencia será tan real como te hayas hecho tú en el proceso de deshacerte de todo aquello que nos sobra. 

Ya no te sorprenderá que en realidad sea una puerta de regreso al mundo que dejaste atrás, ni que éste aparezca renovado porque ves ahora lo que antes permanecía invisible, y vives lo que parecía imposible. Que lo que antes importaba carezca ahora de relevancia, que la vida resplandezca en cada brizna de esta existencia reencontrada y que poco a poco, salidos de lugares insospechados, vayan apareciendo otros como tú. Porque los hay, y no son pocos. 

Al otro lado esperan, desde siempre, tus sueños de grandes alas, transformados en realizaciones.

26 de marzo de 2015

El rey va desnudo




Muchos entienden que ser bruja equivale a creer en cualquier tipo de "cosas extrañas" de forma indiscriminada; lo mismo da que hablemos de medicina alternativa, conjuros y talismanes, canto de mantras, trabajo ritual, conspiranoia o fantasías decimonónicas de etnocentristas trasnochados. En ocasiones compramos las historias de otros, por absurdas que nos parezcan, porque queremos reafirmar las propias, aquello del "no juzgues si no quieres ser juzgado". Parece la solución más fácil para evitar la hostilidad que supondría admitir simplemente que algo no nos acaba de convencer, que lo vemos de una manera diferente o que no nos cuadra de ninguna de las maneras. Detrás de esta elección, además de este supuesto "interés mutuo" que ciertamente puede terminar haciéndonos comulgar con ruedas de molino puede estar cierto temor a la respuesta de aquellos que contaban con que nuestro apoyo fuera incondicional, o el miedo a no ser "lo suficientemente sensibles" para percibir algo que un grupo de gente está declarando allí mismo como real.

En el cuento de Andersen "El Traje nuevo del Emperador", ante la premisa de que las nuevas telas no pueden ser vistas por gente estúpida, nadie admite que de hecho lo que ven es un emperador desnudo, empezando por el propio emperador. La historia es tan vieja que podemos encontrarla en el folklore de Turquía, India o Sri Lanka. También en el Conde Lucanor (ca.1330) aparece una versión en la que el traje sólo será visto por aquellos que sean hijos de su presunto padre. En la versión de Andersen, sólo un niño es capaz de gritar que ve al emperador desnudo, y tras su atrevimiento el pueblo allí reunido admite que el regente va desnudo, aunque éste hace como si nada y termina su desfile. De haberse tratado de una historia real, alguien hubiera callado al impertinente niño y seguido con la pantomima: Es difícil que se admita de tan buen grado haber mentido por temor a quedar mal, porque naturalmente es algo que a pesar de ofrecernos una salida digna, nos haría quedar aún peor. El descubrimiento de un engaño - o simplemente de una pieza que chirría - a menudo se vuelve contra aquel que no sigue el juego y en ocasiones reciba el castigo del "colectivo" que ha apostado por respaldar la versión de la realidad que ha aceptado a priori, aún cuando a fin de cuentas sus manos estén vacías. Por supuesto, no faltarán  individuos capaces de fabricar y venderse el traje a sí mismos, y salir luego a la calle a presumirlo.

Esto sucede por igual en la vida ordinaria y en la vida mágica/espiritual, si es que realmente se puede trazar una frontera entre ambas. Lo vemos en grupos de adolescentes, pero también de personas adultas, que están pidiendo a gritos atención, que necesitan de artificios para poner un poco de color en sus vidas aburridas, o de subterfugios que justifiquen las acciones en las que no se reconocen. Esto no significa que no se produzcan fenómenos reales (porque una cosa no quita la otra), sino que son gestionados de la peor de las maneras posibles, y suelen acabar creando una auténtica dependencia del individuo hacia sus propias sombras o proyecciones luminosas - cuando no a las de otros-, que no cesan de alimentarse y crecer, atrapándolo en un bucle.
Para ver más allá de lo habitual basta con mirar donde nadie mira y luego ser capaz de aceptar lo que se ve. Del mismo modo que el pasado histórico es sistemáticamente manipulado para justificar construcciones ideológicas del presente, muchas acciones que tienen lugar en el mundo "espiritual" o "mágico" son antes síntomas de un problema básico no-resuelto que soluciones viables para enfrentarlo. A menudo esto me hace pensar en si nos tomamos en serio la premisa de la "responsabilidad por uno mismo", o si nos pueden las ganas de agitar enfáticamente una varita (rosa fresa o negro noche, lo mismo da) y contar historias robadas como si fueran propias.

Por supuesto no hay una única manera de andar el camino, y el autoengaño puede ser una etapa más en este viaje, pero personalmente y a pesar de los disgustos que me causa en público, prefiero mantener al niño impertinente cerca. Lo quiero, porque no se le supone a esta criatura un ánimo destructivo, ni siquiera una intención de afirmar o negar a priori lo que otros dicen; sino de ser sincero respecto a sus propias percepciones (o, en otros casos, sus principios) y que hablar de ello no debería ser motivo de censura, mientras se respete a los demás. Es posible incluso que, en tanto que niño, crea en cosas mucho más locas o absurdas que una tela que sólo los hijos de sus presuntos padres puedan ver. Pero lo necesitamos para recordar que aunque "cualquier cosa" podría funcionar, no lo hará siempre, ni en cualquier lugar, ni será lo mismo para una persona que para otra. Y es también muy útil para burlar las presiones y exigencias de aquellos que quieren para sí lo que pretenden prohibir a otros, por ejemplo, la capacidad de inventar viejos y nuevos dioses y establecer una relación personal con ellos. 

24 de febrero de 2015

¿Cuántas vidas tiene una bruja?

Mooncat, Denise Warren, sf

Hace ya muchos años alguien me advirtió acerca de un momento del camino en el que se hacía necesario romper un bloqueo provocado por el temor a las consecuencias inesperadas de nuestros actos, mágicos o no. Quedar estancado aquí significaba que, en adelante, podrías compartir con otros aquello que habías aprendido hasta la fecha, pero no había más aprendizaje para ti. Algo así como permitir que el miedo, el exceso de prudencia o la falta de compromiso te calcificara en vida.

Por aquel entonces aquella era la peor perspectiva que podía imaginar, y quizá precisamente por eso sonaba como los cuentos que los padres narran a sus hijos para que se vayan a dormir pronto. Desde luego uno no cree al iniciar la búsqueda que la ilusión se pueda apagar como una vela que se consume o que parte de ese sendero anhelado pueda hacerse cojeando bajo la lluvia en busca de un refugio. Cada individuo es un universo, y las vicisitudes no tienen porque ser vividas por todos, ni de la misma manera, pero ahí están. Largas sombras que nos acompañan mucho después de cruzar aquel bosque en cuyas zarzas dejamos algo más que la piel, aquel episodio que no olvidamos, pero del que tampoco tenemos muy claro cómo sobrevivimos.

Como los gatos, algunas brujas han acumulado muchas vidas en un mismo camino, salvándose por muy poco de los peligros de caer en un pozo, ser envenenadas o recibir los tiros de algún paleto aburrido. No tiene nada que ver con que sean más o menos inteligentes, más o menos habilidosas en lo suyo, sino con el hecho de ser humanas, tener deseos y necesidades revueltos. También en muchas ocasiones - como sucede con los gatos- con ser curiosas y querer asomarse a ver qué hay detrás de ese límite que se planta ante la mirada como un reto, como un horizonte o una frontera que promete otra aventura, un suculento pedazo de vida de esos que otros sólo viven a medias. Y se salta. Y a veces se cae, en un rotundo punto final.

Pero si la curiosidad "mató" al gato, tal vez fuera porque no había otra manera de hacerle entender que aún le quedaban muchas vidas por vivir.

Recorremos el camino pensando que cada experiencia será amortizada en un aprendizaje que resultará útil más adelante: consideramos tonto tropezar dos o más veces con la misma piedra, y se supone que el gato escaldado debe huír del agua fría. Nos resistimos a creer que tal vez cada paso del camino, que cada experiencia sea válida en ella misma y no sea necesario sacar lecciones de todo, como quien insistiera en cargar con una despensa demasiado surtida por miedo a no estar preparado para lo que pueda venir. Como si diera cierto miedo pensar que la vida pueda estar ahí para vivirla y poco se puede preveer al respecto.

Desisto de comprender por qué sucede, pero me queda claro que las cosas regresan, que cada uno tiene sus patrones que se repiten, como una cuenta a pagar o un acertijo existencial a resolver. Sin embargo, parafraseando a Heráclito "Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos", de modo que tal vez la mejor opción sea sencillamente perderle el miedo al agua, fría o caliente. Perder el miedo al daño que el pasado nos hizo y a las sombras que aún proyecta sobre nuestro devenir, revelarse contra esa descripción del mundo que dicta el viejo mapa errático de nuestras cicatrices y recuperar el territorio que en efecto vivimos, el tiempo y lugar en el que podemos decidir qué queremos hacer respecto a cada situación, nueva o familiar, que se nos presente.

La sabiduría no consiste en ir acumulando conocimientos y construir con ellos una torre de títulos, libros o experiencias en la que encerrarnos, desde la que exigir respeto y considerarnos con autoridad para decir a los demás lo que tienen que hacer. Eso es calcificarse en vida, dejar que el miedo a perder cualquier cosa nos devore desde dentro. La sabiduría no acumula nada, toma lo que necesita en el momento y deja ir alegremente el resto, incluidos los aprendizajes que por suerte o desgracia nunca se amortizaron.
 A veces lo sabio es perder el miedo a equivocarnos (nuevamente), al "qué dirán" (nuevamente), a ser engañados (nuevamente), a ser heridos (nuevamente)... A veces lo sabio es dejar que el espíritu del Loco  nos lleve bailando a reemprender la aventura como si no supiéramos que podemos perder la vida en ella o, más exactamente, como si nos diera igual.

Una bruja puede haber pasado por pocas o muchas vidas, pero siempre le quedarán las que sean necesarias.


10 de enero de 2015

La fe del buscador

Tiffani Gyatso, "Mother and son", 2012


La imagen sobre estas líneas es una obra de Tiffani Gyatso que lleva por título "Madre e hijo", la artista acompaña la imagen de breve texto: " El hijo es más pequeño que la madre y, protegiéndolo, ella genera protección. Lo que es más, se vuelve más fuerte". Como sucede con ciertos libros, algunas imágenes aparecen en nuestras vidas y permanecen sin llamar demasiado la atención, el día en que tenemos otros ojos para verlas, y descubrimos en ellas un significado inesperado, una respuesta, o un umbral que hasta aquel momento pasaba perfectamente desapercibido. 

Las imágenes, o la música, tienen el poder de transmitir sensaciones, de provocar estos momentos de esclarecimiento para los que en muchas ocasiones las palabras se quedan cortas. Un tipo de magia en la que nos encontramos con notros mismos, con el universo o con los dioses que nos habitan y reforzamos el vínculo con el destino que, condensado como una semilla en nuestras entrañas, espera ser desplegado en el tiempo que nos ha sido dado para vivir sobre esta tierra.

Todo buscador sincero sabe que en el camino hay cimas pedregosas, hondonadas sombrías, noches largas y amaneceres helados a recorrer en una soledad que es reflejo de la inmensidad del cielo sobre nuestras cabezas. Y aunque a veces es difícil seguir, no olvida tampoco que tarde o temprano encontrará también bosques cantores, campos en los que el trigo ondea como un mar de oro, y noches cálidas en compañía de otros que, como él mismo, recogen y trenzan historias. 
Tanto lo uno como lo otro, son parte del aprendizaje y del camino, y son un regalo que sólo requiere ser aceptado, y por eso algo por dentro lo empuja suavemente a dar otro paso, a cruzar otro horizonte, y seguir ese llamado que no viene si no de dentro.

Todo buscardor sincero sabe del precio que se paga por seguir adelante; lo que se deja atrás. Las decisiones que tomamos en cada encrucijada de nuestras vidas son una oportunidad para ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, respecto a lo que realmente queremos, respecto a lo que realmente somos y podemos dar. No significa que sea fácil, como la noche oscura simplemente es algo que está ahí y no se puede eludir, aunque se pueda fallar.
El buscador es un loco, tal vez, un enamorado cuyo amor, sin embargo, no se agota con los años o flaquea ante las dificultades, ni cae tampoco en las garras del hastío. Aún cuando en ocasiones pueda verse como un solitario extremo, su amor último es el mundo mismo, al que pretende abrazar por completo, al que insiste en llevar dentro de sí aunque el crecimiento necesario para ello suponga romperse una y otra vez; morir una y otra vez, vivir una y otra vez para dar una mínima parte de lo que se ha recibido.

Cerca de casa hay un granado que queda como seco y muerto después de que los frutos caigan al suelo, sin nadie que los recoja. En su generosa naturaleza está el dar, y así como se abandona incluso a sí mismo en este gesto, puede confiar en que volverán las hojas verdes y las rojas granadas a emerger de las mismas ramas que incluso cuando otros árboles despiertan permanecen como muertas. Uno no puede sino dar de lo que tiene, pero puede darse por completo... Y si en este gesto a veces nos dejamos la piel, no es sino una piel vieja que dará paso a una nueva forma de ser, más fuerte, más compasiva o más consciente.

Podemos perderlo todo, menos el fuego en nuestras entrañas, el que nos mueve, el que nos hace sentir vivos. Como una semilla que sobrevive tras un incendio o una inundación, lo que llevamos dentro sólo espera con paciencia las condiciones necesarias para volver a brotar, echar hojas y dar frutos. Podemos deshechar la carcasa, lo transitorio, y de hecho con frecuencia esto es necesario para poder crecer y levantar una versión mejorada de nosotros mismos, en vez de quedar atrapados en lo caduco, ahogándonos en limitaciones autoimpuestas, bien por ser propias, bien por aceptarlas cuando vienen de los demás.

Pero esa semilla, esa primera chispa de un fuego que contiene el hálito de un universo, es más pequeña que nosotros y nos obliga a ser fuertes por ella, a seguir adelante cuando quisiéramos abandonar. No aparece precisamente como un salvador o un poderoso aliado que barrerá los obstáculos de nuestro camino; sino que permanece en el fondo como  promesa de lo que puede llegar a ser si trabajamos por ello, si con paciencia vamos barriendo los obstáculos del camino, si nos movemos a un terreno más fértil, si tenemos la constancia de cuidarla... Si , en fin, esa semilla que en lugar de un beneficio inmediato supone una lista de tareas, es lo último que dejamos ir aún cuando todo lo demás amenaza con perderse. 

Para el tipo de buscador del que hablo, la fe no está en ningún nuevo amanecer,  ni tampoco en lo que ha de encontrarse en el camino, sino en la magia de ese puñado de semillas que sostiene sonriendo como aquel idiota del cuento que cambió su última posesión práctica por ellas y acabó trepando al cielo con sus manos.