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23 de septiembre de 2014

¿Existe la Magia?

Domenico Zampieri, A Virgin with a Unicorn, c 1604–05,
fresco del Palacio Farnese, Roma, según el diseño de Annibale Carracci

Hace algunos días en Un Papá como Darth Vader nos encontramos con la historia de un niño al que en su primer día de escuela su padre le había regalado un anillo asegurando que tenía poderes, pero unas horas más tarde un compañero - hijo, tal vez, de algún ferviente seguidor de Richard Dawkins- había logrado convencerlo de que no existe tal cosa como la magia, porque el anillo no puede hacer aparecer dulces. La tarea que se propusieron los padres fue, simplemente, explicar al pequeño que hay personas que creen en la magia y otras que no, apoyándose en parte en las respuestas que daba la gente a una simple cuestión planteada vía Facebook: "Si creéis que la magia existe y que, este anillo de “Linterna Verde” de la foto tiene poderes mágicos…darle un “like”. Si además compartís la foto…os estaré eternamente agradecido." Hasta el momento la foto ha sido compartida 1567 veces,  ha recibido 4950 likes y 380 comentarios, entre los que se cuentan tanto los de otros padres, amigos y familiares solidarios con la causa de que un niño no pierda la ilusión por esta clase de juegos tan pronto, como las de algunos brujos y brujas que conozco. Y, en muchas ocasiones, las respuestas de unos y otros no eran tan diferentes.

Parece que hay un acuerdo más o menos común en que acabar demasiado pronto con las ilusiones de un niño es quitarle algo muy valioso que le pertenece como un tesoro que, ya de por sí, se considera que tiene fecha de caducidad. Curiosamente, una de las respuestas que leí en varios comentarios fue "la magia sirve para cosas más importantes que hacer aparecer chuches, que se pueden comprar". Me parece una respuesta bastante adecuada para aquellos que nos interrogan acerca de la práctica mágica, porque no faltan adultos tan encaprichados con sus objetivos como un niño pueda estarlo de una bolsa de caramelos; aunque no sea el momento, aunque le vayan a sentar mal, o aunque puedan conseguirlos de manera mucho más práctica con acciones físicas directas en vez de pretenderlos lograr por la vía mágica.

La Magia, en ese sentido amplio que la equipara a la capacidad de maravillarse, es un bien que los adultos necesitan tanto como los niños, pero que en muchas ocasiones no saben como conservar. La Magia no habita en los prodigios, sino en la totalidad de la experiencia; no se desvanece, sino que dejamos de percibirla, al mismo tiempo que perdemos nuestro asombro por la maravilla de lo que somos, de lo que nos rodea, de la simple experiencia de estar vivos aquí y ahora.

Que existen un montón de palancas y cuerdas más o menos metafóricas y algunos métodos más o menos acertados de manipular la realidad en la que vivimos según nuestra voluntad o necesidad, es innegable. Pero por ellos mismos no pueden asegurar que la Magia esté presente, del mismo modo que las máquinas que hace medio milenio podían parecer un auténtico e inexplicable prodigio hoy son parte de esos paisajes industriales ( o de interminables basureros), que nos recuerdan con dolor la naturaleza sacrificada en los pseudoaltares racionalistas. Así mismo, existe la fantasía, que a veces funciona para conectar la Magia, pero que mal empleada sólo nos aleja de más y más de ella.
La Magia que niños y adultos necesitamos aún es la que nos hace ver el mundo, a los demás y a nosotros mismos con amor; la que nos descubre la belleza oculta en lo cotidiano y de vez en cuando incluso logra estremecernos al tomar conciencia por unos segundos de lo inexplicable y lo efímero de nuestras existencias. Esos momentos en los que la posibilidad de cualquier prodigio supranatural no resulta esencialmente más maravillosa que la oportunidad de pasear por un bosque, tomar un café con tu madre en la cocina, mojar los pies en la playa, desayunar tostadas, jugar con tu mascota, circular en bus en una tarde de lluvia o abrazar a tu pareja y decirle que la amas. Esos momentos en los que casi se escapa una lagrimilla y si alguien te pregunta a qué viene sencillamente lo dejas correr, porque a ver quién explica tanta emoción surgida de la nada en un puñado de segundos que tejen recuerdos, deseos, agradecimiento y consideraciones existenciales.

Pero por causas muy diversas, alguna vez en la vida, incluso los que trabajamos con ella, sentimos que perdemos la Magia. Son momentos que no siempre se deben a la dureza de las circunstancias, en los que nos sentimos extraviados y nos falta una dirección en la que marchar o un lugar al que llegar, momentos en los que algo no parece terminar de encajar, o nos sentimos solos porque nuestra propia compañía se hace extraña, porque no acabamos de reconocernos en lo que fuimos, o en lo que vamos a ser. Momentos que duelen, pero tampoco demasiado; que provocan una desazón difícil de explicar y que suelen ser el preludio de un cambio importante, de una nueva etapa. Momentos en los que el fruto que no ha sido recolectado cae al suelo, y alimenta esa tierra negra que es el lecho del mañana, en un tránsito oscuro y regenerador hacia la luz de una nueva primavera. En todo ese proceso también hay también una Magia, tal vez la más difícil de percibir, pero la que nos sostiene al fin y al cabo en nuestros peores momentos, recordándonos que seguimos vivos, pero también que nunca sabemos por cuánto tiempo contaremos con lo que ahora tenemos, ya sea mucho o poco, y más vale aprovecharlo, dejar de querer imponer nuestros planes a toda costa y estar más atentos a las sugerencias del Universo.

Tengo 33 años y aún creo en un montón de cosas que algunos creen imposibles, no sólo la Magia, sino cosas aún "peores" como la honestidad, la coherencia, las ganas de aprender y trabajar, la entrega, la amistad y el amor sinceros. Tengo la tremenda suerte de saber por experiencia que existen, aunque a veces parezcan desterrados de la faz de la tierra, y de no tener ninguno de ellos demasiado lejos. Pero siempre habrá quien dude incluso de la posibilidad de que cosas así existan más allá de los cuentos de hadas o las cabezas soñadoras, personas que verán un muro donde nosotros vemos una puerta, y - más vale tenerlo en cuenta- actuarán en consecuencia, por ejemplo, poniendo negaciones o fantasías (dos caras de la misma moneda) allí donde podría haber realidades maravillosas.
Que la Magia, y otras cosas supuestamente imposibles, existan no significa que sean fáciles de encontrar y reconocer, ni mucho menos que lo sea estar en contacto con ellas...  Una vez mi gato atrapó por reflejo un colibrí que se coló en casa, me miró como preguntando qué hacer con un insecto tan grande y, confundido, sencillamente lo dejó ir. Creo que por lo mismo muchas personas dejan escapar oportunidades maravillosas, proyectan o dejan volar su imaginación lejos de lo tangible, porque de hecho no sabrían qué hacer con la materialización de una posibilidad real entre sus patas, no están preparadas para ello. Y a veces es tan importante recordarnos que la Magia existe como estar conscientes de que hay personas que no quieren, o no pueden creer en ella, y no se puede esperar más al respecto.


14 de septiembre de 2014

Cerremos, si es necesario, las puertas


Christopher Williams, Cerridwen, 1910
Más Vida

Es bueno saber permanecer cuando todo incita
a desistir.
Cerremos, si es necesario, las puertas
y convirtamos la casa en un reducto
donde cada cosa, poco a poco, retome
dimensiones comprensibles y amigas.

Nada nos limita salvo el rechazo
de este espacio. En la incertidumbre granan
voces y más voces y a lo lejos el mar propone
el impulso del viento y la luz de las rutas.

Siempre el poniente convoca fuegos y auroras.

Saber permanecer, he aquí la consigna,
y preservar cadaquién el pequeñísimo
terreno en que proclama, altivo, más vida.

L'àmbit de tots els àmbits (1980)
Hace algunos años cierta violinista comentó en una reunión: "Entre los nuestros no podemos cultivar amistades demasiado comprometidas, porque hay que competir siempre y a toda costa; Pero tampoco podemos enemistarnos con nadie, porque nunca sabemos cuándo lo vamos a necesitar". Estas frases se me quedaron grabadas porque describen muy bien una actitud que logra que me nazca una urgencia terrible por salir de un lugar, o logra disipar cualquier intención o curiosidad que pudiera tener de entrar en él. Es cierto que no soy una persona extrovertida, ni demasiado ducha en las transacciones sociales, sin embargo, los vínculos forjados con mis compañeros de búsqueda - así sea por haber recorrido juntos sólo un tramo del camino -, permanecen a pesar del tiempo y la distancia. Hay muchas personas realmente importantes para mi, por las que siento un respeto, admiración y estima que no habrían podido darse en una relación menos sincera o entregada. Estas relaciones son también pruebas del camino, y frutos de un trabajo  y un aprendizaje sobre nosotros mismos, y sobre los demás.
Desde mi infancia he recorrido caminos de cabras, asomándome a la carretera de vez en cuando y volviendo siempre, tarde o temprano a los senderos menos transitados. Pero el mío es un camino que amo, una búsqueda a la que también me he entregado. Me he entregado a mí, con todo lo que tenía en ese momento, y por cada pago he recibido muchas veces más de lo que hubiera sido sensato pedir. Soy consciente de lo mucho que siempre queda por aprender, para lo que una sola vida o un puñado de ellas no bastarían; sin embargo veo demasiado a menudo personas que se llaman a sí mismos "buscadores", que dan dos pasos y se acomodan a la vera del camino, y van montando su particular tingladillo hasta invadir la carretera, tapando con las telas de sus tiendas ese horizonte que otros siempre seguiremos como enamorados.
Son unos cuantos años y muchos tropiezos en el camino, reconozco las trampas de lejos. Sin embargo, me gusta decir a otros que no les falta capacidad, sino ganas de trabajar; que esa urgencia por tener los frutos en sus cestos antes de estar maduros es una manera pésima de presentarse en los caminos y, a menudo, algo poco honesto para uno mismo y para los demás. No sirvo para advertir a alguien que está comiendo un fruto demasiado verde como para que no le sea indigesto, o que esa artesanía que le ha costado un ojo de la cara es una chapuza, o ese ungüento es un timo... De hecho, creo que algunos buscan precisamente ese timo o esa chapuza para entretenere y no enfrentar cosas mayores; y que de no ser así tal vez una indigestión o una desilusión a tiempo es justo lo que otros necesitan para salvarse de un mal mayor... Pero al mismo tiempo creo que ésa no es la mejor manera de aprender y me doy cuenta de que necesito algo más, algo que va más allá de esto. Puedo pasar por la feria un par de días al año y "socializar", pero mi lugar debe estar en otro sitio. En un sitio donde no haya necesidad de finjir afectos por miedo a perder intereses, para empezar.

Hoy ha sido un día en el que, tras muchas dudas, se han cerrado puertas. Yo las he cerrado, para poder abrir otras, y de paso he aprendido una vieja lección. Por más que no tenga nombre, este Camino que piso y los que considero mis compañeros en él merecen sólo lo mejor que pueda dar.