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28 de julio de 2013

Convertirse en gato







Arthur Rackham, All through Egypt every man burns a lamp (fragmento), s/f


Hace unas semanas encontré un cráneo de gato. Los huesos fascinan, porque avivan recuerdos de viejas historias que permanecen generación tras generación, idénticas en el fondo, cambiando las formas que las cubren. Son el reducto de lo que fue, la última memoria, como las brasas que no volverán a arder pero aún no se han enfriado del todo. Lo interrogo y me cuenta por qué algunas brujas terminan convirtiéndose en gatos. Se han dicho muchas cosas de estos animales, pero, a fin de cuentas el motivo por el que se odia o se ama al gato es que se trata de una criatura capaz de acompañarse perfectamente a sí misma. Sin importar lo duras que sean las condiciones de su vida, no sólo se acomodará en el primer rayo de sol que encuentre como un rey lo haría en su trono, sino que lo disfrutará mil veces más.

Hace tiempo alguien que entonces parecía mucho más fuerte que yo, me arrinconó para torturarme maliciosamente sentenciando con voz grave todo aquello bueno que yo no era y jamás podría ser... No era el primero, ni sería el último, de una lista ya borrosa de individuos que me recordaron hasta la saciedad todo lo que hacía mal, todo lo que "me permitía", que me señalaban como si hubiera algún error de configuración en mí que pudiera echar a perder cualquier cosa con la que llegara a entrar en contacto. No fue el primero, ni sería el último en intentar derrumbarme por completo para construir sobre las ruinas su propia idea de lo que yo debía ser, pero en aquella ocasión, con el último resquicio de resistencia que me quedaba, algo salió al paso desde muy adentro respondiendo: "Entonces, quiero ser como un gato, y que todo esto me dé igual. Y que me de igual estar sola, y que me importe una mierda lo que la gente como tú pueda pensar de mí". 

Como un gato de cuento, he muerto varias veces desde aquel día. A veces ha sido la curiosidad lo que me ha llevado de una vida a otra. En ocasiones aún siento el roce de las invisibles cadenas del entrenamiento que, lección tras lección, se prolongó el tiempo necesario para aprender que sólo dependía de mí que siguieran allí. Las cosas me hubieran ido mucho mejor si no me lo hubiera tomado siempre tan en serio todo, lo sé: pero yo creía en la realidad de todas aquellas maravillas cuyos nombres otros sólo usan como cebo. Lo cierto es que, a pesar de todo, sigo creyendo en ella. Sigo en el camino, convencida, y cada segundo que pasa tardo menos en detectar las trampas. Hago las paces con mi vida, aunque no siempre sea fácil, y me compadezco de los tramposos, porque llegará el día en que tendrán que rendir cuentas por todo aquello sagrado que fue nombrado en vano, o se usó para propósitos desviados.

Tal vez sea hora ya de ir asumiendo que el mundo de "los que tanto saben", es las más de las veces una farsa en la que se miente más que se habla, en la que las promesas no tienen otro valor que el de poder enredarnos para que entremos en túneles por los que ellos no caben, y consigamos para ellos los tesoros que no pueden alcanzar con sus propias manos. Renunciar a su corrupción, y aprender de cada uno de nuestros pasos, de cada golpe y cada caricia que la Vida por sí misma nos da. Restablecer el vínculo, devolver la esencia a todas las formas que hace ya mucho fueron privadas de ella. Porque cuando llega al destino adecuado, el oro de las hadas no necesita desvanecerse al amanecer.

6 de julio de 2013

La locura


Emma Hauck, Carta a su esposo, 1909

Emma Hauck, con 30 años y dos hijos - de cuatro y dos años-, fue ingresada en febrero de 1909 en el hospital psiquiátrico de la Universidad de Heidelberg (Alemania), con un diagnóstico de demencia precoz (esquizofrenia). A pesar de haber obtenido el alta, debido al deterioro de su condición volvió a ser internada pocas semanas después. En agosto del mismo año, se consideró que su rehabilitación no sería ya posible, y fue trasladada definitivamente al asilo de Wiesloch, donde murió en 1920.
Emma escribió una serie de cartas, todas dirigidas a su marido ausente. Los textos se amontonan en cada página, sobreescritos hasta volverse ilegibles. En ellos se puede leer "Cariño, ven" una y otra vez, de vez en cuando alguna frase suelta, otros sólo repiten "Ven, ven, ven". A pesar de la desesperación con la que fueron escritas, ninguna de estas cartas fue entregada a su destinatario: Se conservaron en los archivos del hospital de Heidelberg, y posteriormente pasaron a formar parte de la Colección Prinzhorn. Según los registros médicos, la paciente buscaba a través de estos escritos una conexión con su hogar, con su antigua vida; sin embargo, Emma nunca pidió un encuentro real con su esposo.

Ya dejé caer en el último post que es en los momentos más luminosos cuando hay que honrar a las sombras, propias y ajenas, recordando invitarlas al banquete de nuestros bienes presentes, y entregarles la parte que en justicia merecen; para no haber de lamentar después la irrupción súbita de su ira en nuestras celebraciones...  Las cartas de Emma son prácticamente lo único a lo que pude encontrar sentido en aquella visita al MACBA donde, dicho sea de paso, nunca me pareció que fuera el lugar donde debieran estar. Tal vez por eso algo de ellas se quedó para siempre conmigo: la obsesión desesperada de Emma se convirtió en mi imagen de la la locura como desgracia, el otro lado de la inocencia, el infierno interior.
Debido a esto, cuando las personas llaman "locas" a otras personas, o incluso a sí mismas, de vez en cuando un relámpago cruza mi mente y me recuerda lo dolorosamente imprecisas que pueden llegar a ser las palabras. Cierto es que, en este punto, la discusión podría volverse eterna, entre lo que unos dicen y lo que otros quieren interpretar, y viceversa. Personalmente he llevado siempre conmigo el recuerdo de Emma Hauk y sus cartas porque, de algún modo, siempre me pareció algo que no estaba tan lejos, que era una de esas madrigueras de conejo por las que por desgracia en ocasiones perdemos a aquellos a quienes amamos, o incluso podemos llegar a perdernos a nosotros mismos.

A veces regresa a mi mente la memoria borrosa de algo que leí hace tiempo y que venía a decir que la locura es un saco diseñado por aquellso que tienen poder  para meter aquello que, de una u otra forma, con razón o sin ella, molesta. Algo que no está tan lejos de lo que la brujería fue en otros tiempos y de vez en cuando es aún en la actualidad. Otras veces camino por la calle preguntándome por la supuesta "cordura" de aquellos que pasan a mi lado, y juego a imaginar en que proporción serán "normales" y cuánto espacio quedará en ellos para ser "otra cosa". 
Y muy a menudo pienso que demasiadas cosas no tienen más locura que aquellos prejuicios que nuestro miedo proyecta sobre ellas. Porque lo cierto es que el sufrimiento que imagino en las cartas de Emma Hauck me parece mucho más cercano al de aquellos que se afanan en llevar una "vida normal" (siguiendo en la medida de lo posible los modelos establecidos, con esas excepciones toleradas que son la confirmación de toda regla),  que al precio que otras personas pagan por respetar el trazo natural de sus pasos por esta vida.