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30 de abril de 2012

El vino de los hipócritas




Hace algo más de un año que dejé de fumar, una experiencia bastante interesante de la que hablaré en otra ocasión, porque antes quería escribir de algo que considero aún más importante: el hecho de que resulte mucho más fácil sacar elementos tóxicos del cuerpo que del pensamiento.
Es obvio que un cuerpo más limpio y sano es un excelente soporte para los progresos de la mente, especialmente cuando estamos hablando del desarrollo de facultades psíquicas. Pero una cosa es buscar por convencimiento esta clase de mejora personal y otra, muy distinta, es criminalizar a aquellos que no siguen el mismo camino, con el propósito de sentirse "mejor que" o "por encima de" otro. No es extraño que cierto tipo de gentes, incluso dentro de los grupos de entrenamiento y "trabajo", se tomen muchas más libertades de las que critican en otros con la saña de auténticos inquisidores. Se trata de una clase de veneno es mucho más peligroso que aquellos que otros toleran en sus cuerpos, sin embargo pocas veces se detecta con facilidad y aún en menos ocasiones se llama la atención al respecto.

No entiendo de qué puede servir querer hacer sentir mal o hacer sentir menos a otra persona, a menudo más joven, más insegura o en inferioridad de condiciones, por cuestiones que realmente carecen de importancia, con esa despreciable manía de medirlo todo con una doble vara, y una considerable desproporcionalidad a la hora de lanzar una crítica que resulta de todo menos constructiva. Lo que en todo caso deberíamos hacer es esforzarnos por ser mejores de lo que ya somos y colaborar con otros, aún más en los tiempos que corren, tiempos en los que sería demasiado ingenuo esperar que una autoridad externa venga a rescatarnos, y demasiado estúpido no entender que sólo nos tenemos los unos a los otros.

El hecho de que sea precisamente entre las personas que siguen disciplinas más estrictas, o cultivan hábitos más alejados de los convencionalismos cotidianos, donde he encontrado una mayor tolerancia -que no condescendencia- respecto a las prácticas y decisiones ajenas, me convence de que no es una cuestión de indiferencia sino de profunda comprensión. Alguna vez hemos hablado ya del problema que supone que la tradición se perpetúe en la forma, pero pierda el contenido. El excesivo apego a rigideces es señal de que no se acaba de entender lo que significan, qué utilidad tenían o tienen las reglas, principios o leyes a los que se aferran, y un síntoma de que hay demasiado miedo a arriesgarse a volver a aprender.

A lo largo del camino podemos encontrarnos personas que tratarán de señalar aquello que consideran "incorrectos" en nosotros. Este señalamiento, que por exceso de absurdo a menudo no llega poderse considerar una verdadera crítica, puede dirigirse a nuestras costumbres, a aquellos que comemos, bebemos, escuchamos, leemos o vemos, al modo en como nos vestimos, a las personas con las que nos relacionamos y, de hecho, a prácticamente a cualquier cosa que no entre en sus esquemas.
Esta es una de las lecciones más importantes que recibiré en esta vida, y hace poco vi la sintetizada en un proverbio africano: "No se trata de cómo te llame, sino a qué respondes tu. Pero si no sabes quien eres, cualquiera puede ponerte un nombre. Y si cualquiera puede ponerte un nombre, entonces responderás a cualquier cosa."

Sin duda, el vino puede utilizarse simplemente como una bebida alcohólica más, pero no es tan difícil comprender que también es una libación ancestral ligada a la tierra, al sol y al mar, a las culturas que nos precedieron: un símbolo de continuidad y transformación que antaño fue un bien sagrado, y que lo seguirá siendo en tanto se lo trate como tal.

La uva que  creció bajo la caricia solar es arrancada de la vid y pisoteada, despojada de su piel es triturada y filtrada, y lo que queda de ella se encierra en la oscuridad, y se abandona bajo tierra, como un muerto. Pasado el tiempo adecuado, lo que se saca de esa oscuridad no es ya un fruto más, es un tesoro.  Sin embargo, lo que hace que el mosto se convierta en vino, en ese líquido sagrado que se emplea en el ritual - a veces incluso en sustitución de la sangre-, siempre estuvo en la uva, y es precisamente el proceso en el que la fruta se entrega por completo lo que permite su transformación.

No se trata de seguir el camino del sacrificio como una manera repetida de castigarnos a nosotros mismos, sino de mantenernos dispuestos a dejar atrás lo que una vez fuimos y entregarnos con confianza  a los procesos de la vida que nos ayudarán a convertirnos en aquello que estamos llamados a ser: Nada que no estuviera ya en nosotros desde un primer momento, pero que sin embargo necesita desarrollarse y, en ocasiones, rasgar y desprenderse de la vieja piel.

Es por esto que, aunque nunca me han gustado demasiado las bebidas alcohólicas, dos o tres veces al año, en ocasiones especiales y siempre por Samhain, disfruto bastante de llenar media copa del vino rojo más oscuro que encuentro y brindar por los hipócritas que he ido encontrando en este camino en el que a menudo vemos más trucos que auténtica magia. Es precisamente por que me encuentro en el lugar que yo escogí y me encaminé, en vez de aquél que tenían reservado para mí, en el que les gustaría verme,  que puedo darme el lujo de beber sinceramente a su salud y por su bien, que falta les hace.

Feliz Beltane.

25 de abril de 2012

Love potion. Medios, brujería y adolescentes.


"Love Potion" se publicó en la revista Heart Throbs núm.137, en enero de 1972. Es una de las publicaciones para adolescentes y mujeres jóvenes que circulaban por aquella época y que Jacque Nodell se dedica a recopilar en Sequential Crush, fuente del siguiente documento. 


Todos hemos leído alguna vez algún cómic procedente de editoriales extremistas cristianas, en las que, aún en la actualidad, lo mismo se ataca a la brujería que a los juegos de rol o a la música rock. La peculiaridad de este cómic reside en la alusión directa a la práctica brujeril, presumiblemente ligada al neopaganismo, como un elemento presente en la juventud de los '70. Dado que ninguna publicación es inocente, el documento nos aporta algún dato respecto a la "respuesta" que desde los medios se daba a determinadas inquietudes, aún sin terminar de comprender el fenómeno.


La protagonista de la historia es Shirley, una joven enamorada de Walter, su compañero de escuela, que al parecer no le hace demasiado caso. Sin saber que más hacer para llamar su atención, accede a la propuesta de su amiga Rita de participar en un ritual de brujería.


Rita asegura que la "magia negra" funciona si se sabe usar. Convoca una reunión extraordinaria de su coven, para realizar un hechizo de amor empleando el pañuelo de Walter. En la escena del ritual vemos que las jóvenes del coven, vestidas con túnicas negras en forma de Tau y con la cabeza cubierta por un pañuelo, se disponen en círculo. Shirley, en el centro, sostiene el pañuelo sobre el humo del incienso.
Rita inicia una invocación: "Eko eko Azarak ... eko eko Zamilak". Aquí se evidencia la referencia a Gardner y, por extensión, a la Wicca.  El canto aparece en la versión de 1949 del Libro de Sombras Gardneriano ; los Farrar aún no habían publicado Eight Sabbats for Witches (1981) y una de las posibles fuentes de Gardner, un artículo de Charles Fuller publicado en 1921 y 1923 queda demasiado lejano. De cualquier modo el canto debió haberse popularizado lo suficiente como para asimilarse a las prácticas de brujería a principios de los años '70, tal vez a través de artículos revistas o referencias en publicaciones no paganas, o bien el guionista de la historia conocía el tema y quiso hacer un guiño a alguien.
Sin embargo, a continuación Rita salta la línea para proceder a llamar a Baal, Lucifer y Kronos - algo raro para un conjuro amoroso, pero que encaja con la "magia negra" citada al principio de la página-. 


Shirley vuelve toda mareada a su casa, y justo después de cubrir el teléfono con el pañuelo encantado, suena la esperada llamada de Walter. Acuerdan una cita, van al cine, etc. Finalmente Shirley - ¿por remordimiento post intento de manipulación?- pregunta a su acompañante porqué se había decidido a llamarla. Él responde que estaba en un proyecto secreto, asignado por el periódico de la escuela, para investigar los rumores sobre algunos alumnos involucrados en brujería, "y tonterías de esas", concluyendo que "si existen los covens, deben manejarse en un profundo y oscuro secretismo".


Shirley pone cara de susto primero, y luego de alivio por haber podido salvar su imagen delante de Walter. Se cree sin demasiadas reservas que el muchacho siempre la había adorado, y finaliza la historia tirando el pañuelo encantado por el puente "Sí son tonterías, no necesito la magia". Y todos felices.

Obviamente en ningún lugar se plantea siquiera que la práctica brujeril pueda responder a una clase de culto real. El mensaje general de la historia no es agresivo ni alarmista respecto a la brujería, al contrario, la respuesta, condescendiente, es la propia del adulto que intentan ridiculizar la cuestión aún sin terminarla de comprender : La magia no funciona y todo eso de la brujería - covens, túnicas, círculos, incienso... - son sólo cosas raras, extravagancias y tonterías que encima la hacen a una quedar mal delante del hombre que tanto se esfuerza en conquistar.  
Cabe destacar que no hay en la narración una preocupación de tipo religioso por la herejía que supone la práctica brujeril, tampoco no hay un llamado de atención por la falta de ética que supone tratar de amarrar a alguien, ni siquiera incluso una advertencia por el riesgo de caer en las redes de una secta peligrosa. En una historia rosa, el único peligro es quedarse sin novio.


*****

Por lo visto, hay cosas que no han cambiado demasiado en los últimos cuarenta años. Muchos adolescentes se sienten atraídos en algún momento por el ocultismo, ya sea el tarot, la oui-ja, o algún tipo de rituales de diversas procedencias. Ante estas inquietudes el entorno adulto suele responder con un alarmismo exacerbado, o con una condescendencia que puede llegar a ser negligente. En la mayoría de casos "son cosas de críos" y luego se les pasa, sin embargo los mecanismos de la magia pueden ser puestos en funcionamiento incluso sin haber pensado demasiado lo que realmente se está haciendo. 

Esto puede ser causa de grandes problemas para el adolescente, que luego repercutirán en el resto de la familia. Obviamente la solución no pasa por prohibir nada, sino por ayudar al joven a desarrollar una capacidad de análisis propio, alentar su sentido crítico, y confiar en que tome las decisiones correctas en un campo que en la mayoría de los casos conoce mejor que los adultos que lo rodean. 
Nuestra manera de conducirnos en la práctica mágica es un reflejo de la manera en cómo lo hacemos en el resto de nuestras vidas, por lo que no creo que sea necesario tomar medidas específicas en este ámbito. Por ejemplo, no sirve de nada tratar de advertir sobre la brujería si se puede caer en cualquier grupo de manipulación psicológica, que no tienen porqué estar relacionados con la religión o la práctica ocultista. La persona prudente, sensata, ética, etc.. lo será dentro y fuera de la magia, y la persona con problemas de conducta, también.

21 de abril de 2012

El juego del espejo

Mirror Game, postal de  principios del s. XX

The mirror game, por Dan Gifford, en su página The Postcard Whisperer, a partir de sus investigaciones sobre las postales y la cultura norteamericana de principios del siglo XX. Traducido por Vaelia.

Las imágenes más comúnmente representadas en tarjetas postales de Halloween se centraron en el "juego de espejos." En este ritual de adivinación, la medianoche de Halloween una mujer mira un espejo con el fin de ver el rostro de su futuro esposo en el reflejo. Sin embargo, a principios del siglo XX, hubo literalmente cientos de estos rituales y juegos de Halloween para las mujeres, que no se muestran tan regularmente como el juego de espejos. (1) ¿Por qué este tema fue especialmente popular en las postales? Los susurros de esta postal surgen al vincular la imagen del juego de espejos con el mayor debate cultural de la época sobre las mujeres.

Empecemos por comprender el aislamiento de este ritual en particular. A diferencia de otros juegos de la fiesta, este vez se juega solo, lejos de la multitud (a menudo a una multitud de ambos sexos) de la fiesta de Halloween. La tardanza de la medianoche requerida lo hacía necesario. La autora Laura Jean Libbey, cuya prosa se dirige a menudo a mujeres jóvenes, describe lo que ha sido varias veces representado en tarjetas postales: "La pequeña fiesta de Halloween se rompe puntualmente a las once en punto... Hay una fuga rápida al propio cuarto, un lanzamiento apresurado de cintas de aquí y de ropa interior allí, porque las manecillas del viejo reloj, han avanzado en lo que ella estaba en la escalera, hasta llegar a cinco minutos para las doce". (2) 

Comprender la naturaleza solitaria de este juego ayuda a enmarcar algo de su emoción y popularidad. A diferencia de otros juegos de la fiesta, la soledad significaba que todos los poderes que la niña o la mujer podían invocar a fin de realizar el ritual del juego del espejo eran de ella, y sólo de ella. Por lo tanto, en estas imágenes el espejo empieza a capturar otra figura clave de Halloween: la bruja. En las representaciones del juego del espejo, los límites entre la niña y la bruja se desdibujan. El tocador de la joven con botellas y cajas se asemeja sorprendentemente al laboratorio de una bruja. Al igual que la bruja trabaja solo en su caldera o con sus pociones, también lo hace la mujer en el juego de espejos, actuando fuera de la vista de los demás, particularmente de los hombres. Pero las imágenes van más allá de difuminar la frontera. En muchas imágenes la mujer no está del todo sola. En esta tarjeta popular,la sombra de una bruja se ve claramente. Esto podría interpretarse como la representación de una entidad separada, el ser sobrenatural que entra en la escena con el fin de proporcionar los conocimientos buscados por la mujer. Pero el hecho de que esta y muchas otras postales creen la sombra de una bruja también sugiere que no es una entidad separada en absoluto. Se sugiere que la mujer se ha introducido en el reino de la magia y el lanzamiento de hechizos para convertirse, al menos por el momento, en una bruja.

La nota clave de su carácter es la autosuficiencia y el poder de la iniciación. ¿Por qué las mujeres querrían conectarse visualmente a las brujas y la brujería, -por lo menos en el contexto seguro de un inofensivo juego de Halloween-? Porque las brujas eran mujeres con poderes -poderes mágicos, sí, pero poderes. Y las mujeres que tenían y ejercían poder eran uno de los temas de debate más comunes de principios del siglo XX. A menudo, este cambio cultural se introdujo en la construcción de una feminidad llamada "la nueva mujer". Como el historiador Ben Singer señala, la literatura sugirió que "la autonomía y el poder de iniciación" son características particulares de esta nueva mujer.(3)

Sabemos que las tarjetas postales se distribuyeron principalmente por y para mujeres. (Véase la investigación .) Las imágenes del juego del espejo disfrutaron de una popularidad especial porque este tipo de imágenes podía recordar a las mujeres que ellas también eran criaturas de gran alcance: En el momento del juego del espejo, poseían los poderes de la bruja. Es cierto que el juego todavía estaba muy arraigado en roles tradicionales, después de todo, el objetivo era ver a su futuro marido! Pero al permitir a las espectadoras identificarse un poco con las brujas, se pretendía acrecentar los poderes (muy reales) de la nueva feminidad ... no sólo en Halloween, sino durante todo el año. Esta imagen (y muchas otras similares) nos susurran hoy en día acerca de un tiempo en el que las fechas señaladas podría utilizarse para probar la dinámica emergente de la Nueva femineidad.


Notas del autor:

1) Mary Blain's Games for Halloween fills 45 pages with almost nothing but these kinds of rituals. See Mary E Blain, Games for Hallowéen (New York: Barse & Hopkins, 1912).
2) Laura Jean Libbey, “All Halloween is Love's Own Eve,” Boston Daily Globe, October 31, 1910, 11.
3) Ben Singer, Melodrama and Modernity (Columbia University Press, 2001), 242.

17 de abril de 2012

Reverdecer

Vania Zouravliov, Autumn rot, sf.

Cada cierto tiempo el mundo palidece a nuestro alrededor como una envoltura desgastada, y el camino que recorríamos parece extinguirse en un enredo de pequeños senderos que no llegan a ningún lugar, en un muro o en un despeñadero. En ocasiones, el triunfo de la primavera consiste precisamente en emerger de la crisálida no puede contener el impulso que la habita, en romper la cáscara que nos protegía precisamente aislándonos de un mundo nuevo que será el nuestro. 

Justo antes de cruzar la frontera sentimos el vértigo de las cosas que se van de un modo humilde,  sin a penas despedirse. Sentimos crearse en nuestro pecho, o en nuestras tripas, un vacío que no añora, un vacío necesario para contener el aliento y dar una vez más ese salto hacia delante que nos llevará una realidad desconocida que terminará por devenir cotidiana y desgastarse a su vez. Y aún a través de los rayos de sol tamizados por las nuevas hojas reconocemos el brillo acerado de las herramientas de la muerte. Compañera constante y madre de la sabiduría, también nos lleva de la mano hacia el resplandor de una nueva vida.

Así reverdecemos los humanos. De este modo, a pesar de los años y las experiencias acumuladas, nos encontramos una mañana de marzo tirados sobre la hierba, abstraídos en los detalles mínimos del movimiento de un insecto que pasa ante nuestra mirada, de nuevo curiosa. Y un mediodía de abril paseamos por las calles admirando el vigor recuperado del sol resplandeciendo en la fuente o en el rojo de los geranios  y una parte de nosotros elige volver a confiar, o cuanto menos dar una oportunidad sincera, a aquello que no conocemos; sin importar cuántas veces antes nuestra confianza haya sido traicionada por lo que ya conocimos. 

Somos tan viejos como lo que ya hemos aprendido, pero al mismo tiempo tan jóvenes como lo que estamos dispuestos a no dar por sentado. En cualquier momento el mundo que creemos conocer se nos caerá, porque nuestras ideas sobre la realidad no dejan de ser una ilusión que, aunque bien trenzada, termina por secarse. No es el mundo el que envejece, sino nuestra percepción de él la que se queda atrás; tanto más para aquellos cuya necesidad de saber funge como un gran impulso, como una montura mítica que ansía cabalgar más allá de los valles del sueño.

Si la suerte nos acompaña, si no tememos las pequeñas despedidas, de la impresión del vacío y enfrentamos el miedo a lo que no sabemos, cualquier día nos sentiremos de nuevo desvalidos entre montones de cosas nuevas, resplandecientes, de las que no teníamos ni la menor idea, incluyendo algunas que no nos atrevíamos siquiera a imaginar y que, al fin y al cabo, allí están, sonrientes, saludándonos con toda la naturalidad, demostrándonos que el camino nunca termina, sencillamente tenemos que aprender a ver por dónde sigue.

8 de abril de 2012

Despacio

Hannah Hayoubi, Sloth smiles, 2011 

Para algunas personas tomarse las cosas con calma es un privilegio destinado a periodos vacacionales, mientras que otras ni siquiera en vacaciones serían capaces de cometer tal osadía contra uno de los signos del tiempo que nos ha tocado vivir: la aceleración. Porque un aumento de velocidad es necesario en ocasiones y bastante disfrutable, pero hablamos aquí de una aceleración absurda a todos los niveles; de un sentirse constantemente apremiado por una autoridad invisible que además nos azuza contra los demás en una serie de competencias ciegas en las que nadie gana, y en las que, por si fuera poco, de paso nos perdemos a nosotros mismos.

Vivimos en una realidad distorsionada, que asumimos como normal, aunque sabemos que hace a penas un par de siglos los ritmos de trabajo y descanso aún los marcaba el curso solar, y que entonces la palabra alimento significaba algo completamente diferente. Aquellos descubrimientos que debieran ser ventajosos para la humanidad han sido, en gran medida, empleados en contra de su propio bienestar, toda vez que se han cobrado un alto precio. Son, sin embargo, elementos y servicios que en muchos casos a penas necesitamos y que en la mayoría resultan completamente prescindibles. Dicho de otro modo, tenemos la opción de no usarlos, o de hacerlo de una manera que no resulte tan contraproducente.

Es posible que nos encontremos incluso más desconectados de nuestros propios ritmos que de los ciclos estacionales, y aunque tratamos de acercarnos a espacios naturales olvidamos con frecuencia nuestro propio cuerpo. Por eso éste de vez en cuando nos recuerda - a través de un sinfín de molestias de menor o mayor gravedad - que está ahí y que más nos valdría detenernos a escucharlo. Sin embargo nos resistimos, porque hemos sido educados para seguir adelante, forzando la máquina, aguantando lo que nos caiga encima en vez de detenernos a buscar y aplicar la solución adecuada que nos liberará de una vez de las cargas innecesarias.

Queda claro, por lo tanto, que no es una cuestión de productividad, sino -nuevamente- de valores  pervertidos. La opción de seguir adelante y a la mayor velocidad siempre y a cualquier precio nos va desgastando y merma poco a poco nuestra capacidad de prestar atención a lo que estamos haciendo y nuestras ganas de hacerlo.  Se nos enseña a compararnos con otros, a estar atentos a las oportunidades disfrazadas de trenes que no han de volver a pasar, pero que están ahí cada 15 minutos, llenos de gente a la que sólo llevan de una estación gris a otra, en círculos descendientes hacia un infierno de tedio iluminado periódicamente por estallidos de una excitación grotesca.

Ir despacio puede ser un acto de desobediencia a este poder abstracto que nos acecha desde las sombras de la sociedad que habitamos. Al igual que caminar nos permite percibir una realidad distinta a la de los automovilistas,  cuando vamos despacio o, sencillamente, a un ritmo no-acelerado nos damos cuenta de una multitud de detalles que antes habíamos pasado por alto. Cuando dedicamos a las cosas el tiempo necesario - en vez del triple de tiempo que supone tratar de hacerlas "rápido" sin éxito-, adquirimos también una comprensión más profunda de aquello con lo que nos relacionamos.

Todo empieza quizá, por aprender a ralentizarse, que no es tan fácil como pudiera parecer. A pesar de los beneficios que esta práctica nos reporta, el hecho de disminuir nuestra velocidad nos hace sentir un poco incómodos, como si estuviéramos rompiendo un acuerdo tácito con aquellos que nos rodean. La situación se agrava cuando se trata de reducir nuestra disponibilidad para concentrarnos en asuntos propios: No responder una llamada o un mensaje tan pronto como llega se interpreta como una especie de desaire, así que corremos el riesgo de empezar a responder por compromiso, mecánicamente, pero no sólo a los mensajes y las llamadas.

El primer paso para realizar cambios importantes y duraderos es precisamente detenerse a observar, analizar la situación en la que nos encontramos, la situación a la que queremos llegar y los recursos con los que contamos para ello, con el fin de realizar un plan de trabajo. Pero se necesita algo de intimidad no interrumpida para empezar a pensar en lo que uno está haciendo, aunque a veces da miedo - no vamos a engañar a nadie- darse cuenta de las cosas a las que en realidad estamos dedicando nuestro tiempo, o los agujeros negros por los que lo dejamos correr.

Recuperar nuestros propios ritmos y ciclos, que de forma natural engranan con los que la naturaleza nos muestra al otro lado de las fronteras de nuestro cuerpo, es una manera de recuperar nuestra propia vida, nuestros sentidos, nuestra consciencia del presente, y nuestra capacidad de actuar, todo lo cual redunda en un inmediato aumento de nuestra salud y bienestar y, posiblemente, en también en el de aquellos que nos rodean - al menos cuando les toca tratar con nosotros-.