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28 de enero de 2012

Las brujas de Zugarramurdi (Documental RNE)


Francisco de Goya, El Aquelarre, 1823

Hace unas semanas escuché el documental Las brujas de Zugarramurdi de Julia Murga, realizado para Radio Nacional de España. Se trata de un material de gran valor divulgativo, no sólo porque que cuenta con la participación de académicos especialistas en la materia como Gustav Henningsen, sino porque ayuda a combatir los tópicos existentes acerca de una Inquisición que fue moderna (no medieval), secular (independiente del poder religioso), y que se cobró más víctimas en los países protestantes que en el mundo católico. 
El documental  esclarece los precedentes, el desarrollo y las consecuencias, más allá de las condenas de los acusados, de los procesos de Logroño contra las supuestas brujas de Zugarramurdi. Independientemente de lo identificados que nos podamos sentir con la imagen de la bruja, invita a pensar sobre el peligro de las obsesiones colectivas, tanto entre los acusadores como entre los acusados, subraya la necesidad de distinguir entre los fenómenos de la brujería tradicional y la brujomanía.



Datos del documental: Las brujas de Zugarramurdi , por Julia Murga. Producido por Radio Nacional de España (RNE) para la serie "Documentos", dirigida por Juan Carlos Soriano.  Primera emisión: 25 de septiembre de 2011.  Realización y montaje: Maika Aguilera, Amparo Hernández y Mercedes de Prado. Narradora: Modesta Cruz. Con las voces de Javier Lostalé, Juan Suarez y Gustavo Adolfo Bautista.Con la intervención de: Iñaki Reguera , Gustav Henningsen, Ángel Gari,  Julio Caro Baroja y José Miguel de Barandiarán. RNE permite la descarga gratuita de este programa.


Con el fin de esclarecer la estructura y  facilitar la búsqueda a aquellos que estén interesados en el tema sigue un resumen del contenido, que no incluye las dramatizaciones, lecturas de fragmentos, etc. presentes en el documental.


Resumen de contenido: 
La  brujería no se vincula con el diablo satánico hasta la edad media, por influencia del cristianismo. Sin embargo, durante siglos la jerarquía eclesial sostuvo que las personas no podían trasladarse por el espacio, o provocar desastres naturales y epidemias: según el Canon Episcopi de 906, defender lo contrario era herejía. 
La demonización de la brujería inicia cuando se da a ésta una interpretación teológica, rebasado el medievo: en 1484 el papa Inocencio VII promulga la bula Sumnis Desiderantes Affectibus, en la que se reconoce la existencia de seres diabólicos. Poco después aparece el Malleus Maleficarum (Martillo de brujas) tratado que se convirtió en manual de persecución y caza de brujas según el cual bastaba con la acusación de un individuo para iniciar la causa, y son válidas las declaraciones de niños, torturados y enemigos del acusado. Esto va a producir una ola de persecuciones en toda Europa, a partir del s.XV, y especialmente entre los siglo XVI y XVII, conocida como “brujomanía”.
En 1478, antes de la bula de Inocencio VII, Sixto IV, su antecesor, había permitido a  los Reyes Católicos la creación de la Inquisición Española. A diferencia de la Inquisición medieval (activa desde el siglo XII en Europa para combatir la herejía, dependiente de la iglesia), la Inquisición moderna española depende exclusivamente del estado y no de la iglesia. El personal al servicio de la Inquisición cobra de la hacienda pública, y su principal foco de atención estuvo en la persecución de musulmanes y judíos.



Según Ángel Gari, los inquisidores hacían valoraciones e informes de los casos que, antes de emitir sentencia, remitían a la Suprema. La Suprema fue el órgano central de la Inquisición, más alejado de los hechos, lo que tenía por resultado una cierta moderación a la hora de castigar magia y brujería.  Según Henningsen, queda un resto de escepticismo en el mundo católico, por eso en 1526, en España, se exige que todos los procesos de brujos condenados a la hoguera tienen que enviarse primero al Consejo, donde siempre se modifica la sentencia hacia algo menos horrible. A pesar de ello, los encausados preferían ser juzgados por los tribunales de la iglesia, dado que las sentencias de la justicia civil eran mucho más duras. 
También destaca otra característica peculiar de la brujería en la península ibérica,  Henningsen señala “Hay brujas en el norte, pero hay brujas en el sur". Los miembros del Consejo de la Inquisición se dan cuenta de este hecho, y escriben a los de Navarra para advertirles que no pueden atribuir todos los desastres a los brujos, dado que en el sur también hay desastres pero no brujas.
A principios del s. XVII Francia vive una ola de persecución a la brujería, en la que participó Pierre de Lancre, un juez intransigente y carente de crítica. Los inquisidores que intervinieron en la zona de Navarra, llevando consigo un  un cuestionario calcado de los procesos de brujería europeos, y con los procedimientos sonsacaban no lo que había de verdad en las declaraciones de los acusados, sino lo que querían los jueces. Empeñados en encontrar lo que aparecía en aquellos modelos, encontraron toda la brujería de la que se hablaba en Europa.
A finales de 1608  María de Ximildegui, natural de Zugarramurdi, regresa desde Francia con su familia. Tras asegurar que había visto a varios vecinos de Zugarramurdi en reuniones de brujos, inician las delaciones en esta y otras aldeas próximas. Al menos una decena de personas hicieron confesión pública de haber participado en el aquelarre. Entre ellas destaca la de María de Yurreteguia, quien confiesa haber sido llevada al aquelarre desde muy niña, y que, habiéndose confesado, la “reina del aquelarre”, en forma de yegua, y otras brujas y brujos en formas de animales, la fueron a buscar a su casa para volverla a llevar al aquelarre.
Su exculpación se produjo ante el párroco del pueblo, y todos los vecinos se reconciliaron. Pero el abad de Urdax, más instruido que el párroco de Zugarramurdi, da cuenta  de la situación a la Inquisición de Logroño. Desde ésta envían a los inquisidores Alonso Becerra Holguín  y Juan del Valle Alvarado para recoger testimonio de todo lo que se ha dicho, y de los denunciados en confesión pública. Estos inquisidores no tienen experiencia y están convencidos de la realidad de los hechos y la presencia del diablo.
Se producen las primeras detenciones y cuatro mujeres ingresan en 1609 a las cárceles de la Inquisición, en Logroño. Poco después el resto de los inculpados -quienes creían que serían perdonados- viajaron voluntariamente a la sede del Tribunal, pero finalmente todos fueron presos. Llama la atención la coincidencia en las declaraciones, aunque no se sabe si los encausados estuvieron en contacto entre sí.


Por las investigaciones de Caro Baroja y Gustav Henningsen de los archivos,  se sabe que los interrogatorios eran siempre similares, todo giraba entorno a un cuestionario de 14 preguntas básicas, algunas de las cuales eran copia literal de procesos de dos siglos atrás. Las declaraciones se extienden  por meses, y algunos de los acusados acaban confesando no sólo ser brujos, sino haber realizado cuantos actos se les atribuían como tales, incluyendo la autoría del asesinato de niños: Aquelarres, danzas, misas negras, acatamiento al demonio, orgías sexuales, incesto, unturas y ponzoñas, vuelos por el aire, exhumación de cadáveres, antropofagia, presencia de animales diabólicos, iniciación en la brujería, la participación de niños y jóvenes, la existencia de dinastías de brujos…

Además del uso de alucinógenos que se pueden ligar a sensaciones de vuelo o separación del cuerpo, como la bufotenina, segregada por el sapo, aparece el envenenamiento, para el cuál  se empleaba el rejalgar (sulfuro de arsénico).
En las Cuevas de Zugarramurdi se llevaban a cabo las reuniones de brujas, conocidas desde entonces como aquelarres (palabra que significaría “prado del macho cabrío”). Según Henningsen son los inquisidores los primeros en vincular esta palabra a lo conventículos de brujas.
La cueva tiene tres entradas, en un piso más elevado se encuentra la “Cueva de aquelarre”, hay un prado y a su orilla se ve una especie de muro natural, en el que hay una ventana que recibe popularmente el nombre de “la cátedra del macho cabrío”,  porque supuestamente desde allí el diablo daba sus sermones y consejos a las brujas reunidas en la planicie que está al pie.  Por allí pasa también el llamado “río del Infierno”, en sus alrededores los miembros menores de la supuesta secta pastoreaban hatos de sapos vestidos a fin de que exudaran su veneno.
Los inquisidores remiten informes detallados a la Suprema de Madrid, desde donde se mantiene una actitud escéptica y se pide a los inquisidores que visiten en persona a la zona. En 1609 Alonso de Salazar  y Frías se suma a Valle y Becerra, renuentes a cumplir con la exigencia de la Suprema. 
Sólo Juan del Valle Alvarado realizó una visita previa al norte de Navarra, dónde el abad del monasterio en el que se hospedó le informó de las persecuciones de brujas que se llevaban a cabo en Francia. También estableció contacto con Pierre de Lancre.  El viaje se realizó por el norte de Navarra y Guipúzcoa, el objetivo era que con la llegada de la comitiva, en todas las iglesias se leyese un edicto de fe consistente en la elaboración de un catálogo con todos los posibles delitos de herejía, instando a los parroquianos a la confesión y a la denuncia. Esto dio lugar a situaciones poco justificables, hubo acusaciones entre vecinos por resentimientos personales.
Una semana después se convocaba de nuevo a los feligreses y se proclamaba el anatema donde se contaba cómo se llevaría a cabo la excomunión y las terribles consecuencias que esto acarreaba. Se empieza a predicar contra las brujas. Posteriormente, los acusados de brujería son apresados sin indicarles quién los denuncia  ni de qué son acusados. 
Cuando el obispo de Pamplona, al investigar y preguntar a mucha gente en Zugarramurdi acerca de cuándo había empezado la proliferación de las brujas, la respuesta que encontró fue que ésta se había dado a partir de la visita de Alvarado, puesto que antes los vecinos desconocían incluso el significado de la palabra “aquelarre”.  
Valle Alvarado deja a su paso una serie de comisarios designados para investigar para la Inquisición en toda la zona, cuyos reportes estudiará junto con Becerra. Entre la documentación conservada se encuentran testificaciones contra 280 brujos. Antes de diciembre de 1609 ingresaron en la cárcel 21 nuevos acusados.
La diferencia de idioma – muchos de los acusados no hablaban castellano, expresándose sólo en euskera-, añade una dificultad al estudio de los casos. Era necesaria la contratación de intérpretes, que a su vez modificaban o filtraban las declaraciones de los encausados. Se procesó a 31 personas por brujería,  de las cuales 19 aceptaron la acusación y 12 se consideraron inocentes, pero debido a los estragos causados por dos epidemias, sólo 18 de los reos llegaron con vida a escuchar la sentencia.
El auto de fe, al que concurrió una gran cantidad de público, se inició el 6 de noviembre de 1610 con una procesión en la que participaban autoridades civiles y grupos eclesiásticos, además de las autoridades del Santo Oficio. El impresor de Logroño Juan de Mongascón consiguió autorización para imprimir la relación de procesos y sentencias del Auto de fe, celebrado los días 7 y 8 de noviembre.



En el auto comparecieron 53 acusados por diferentes delitos, vestidos como correspondía a la pena que habían de sufrir, por ejemplo, portando látigos al cuello si iban a ser azotados, otros llevaban sambenitos y corozas (grandes conos de papel engrudado) con pinturas alusivas a su delito y a su castigo.  Los procesados por brujería y condenados a pena capital fueron un total de 11: 6 vivos y 5 ya fallecidos, condenados “en efigie” ( 5 estatuas vestidas con sambenitos, acompañadas por 5 ataúdes con los huesos de aquellos a quienes las estatuas representaban); sus vestimenta llevaba pintadas llamas y cabezas de diablo.
La Inquisición, que en realidad no sentenciaba a muerte, envió a los acusados a la justicia civil para que fuesen condenados conforme a sus leyes. Por lo que fueron escoltados por soldados hasta las piras, aunque no se sabe si fueron quemados vivos o muertos, al lado de los ataúdes de los reos fallecidos.
Los autos de fe eran una puesta en escena de la justicia de la época, con objetivo de dar ejemplo. 30.000 personas propagaron lo acontecido en el proceso de Zugarramurdi. Fue un acto de propaganda en el que los inquisidores creyeron haber demostrado que el aquelarre era una realidad. A raíz de esto empieza a generarse un pánico colectivo en la zona, se envían predicadores cuya presencia, en lugar de calmar a la población, suscita la aparición de más y más adeptos: según los estudios realizados por Henningsen, en marzo de 1611 ya se contabilizan, entre confesos y sospechosos, cerca de 2000  brujos en Navarra, Guipúzcoa, Ávila y Logroño, la gran mayoría eran niños.



A la vez, sin embargo, crecían los escépticos, entre los que destacan el inquisidor Alonso de Salazar y Frías, los obispos de Pamplona y Calahorra y el humanista Pedro de Valencia, historiógrafo real, quienes critican los métodos de confesión y denuncia. El Inquisidor General  Cardenal Arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas adopta varias medidas, entre ellas un edicto de gracia al que se podían acoger los arrepentidos y un edicto de silencio prohibiendo hablar del tema, mientras tanto Salazar y Frías lleva a cabo una exhaustiva investigación sobre el terreno. Después de 8 meses, envía al Inquisidor General un informe de más de 11.000 páginas a partir de la confesión de 5.000 personas que se habían presentado al Santo Oficio, y su conclusión es que no hubo brujas, ni embrujadas, hasta que se empezó a hablar y a escribir de ellas. Debido a los retrasos que provocan sus colegas Valle y Becerra no reciben respuesta del Consejo hasta dos años después.
A partir de este momento, con el informe de Salazar y Frías, así como uno posterior de Pedro de Valencia, en 1614 la Suprema promulga unas nuevas instrucciones para abordar las acusaciones y los delitos de brujería, donde aunque se sigue con los procesos de brujería, se eliminan las quemas de brujas, un siglo antes que en el resto del continente. Las causas contra las brujas perduraron hasta finales del s.XVIII, durante el reinado de Isabel II, en  1834, la Inquisición Española quedó definitivamente abolida. Pero el tema no empezará a investigarse hasta finales del s. XX. 


Más información en :
Arroyo Martín, Francisco. Brujería en la España del siglo XVII. El proceso de Zagarramurdi.2009

17 de enero de 2012

El difícil arte de vivir las preguntas


Richard Hearns,The Red Shed Door, 2011

Del mismo modo que el buscador arquetípico, de vez en cuando los brujos nos vemos en la necesidad de sortear no sólo los peligros reales del camino, sino también de las trampas de lo supuestamente previsible y el temible tópico. Una de las ideas que raramente se cuestionan en nuestro entorno - pero también en otros contextos, mucho más amplios- es la siempre aplaudida necesidad - en ocasiones auténtica compulsión - por "saber".

A raíz de una conversación casual, veía el otro día un programa sobre la hipótesis presentada por Erich von Däniken a principios de los '70, según la cuál que criaturas extraterrestres habrían visitado en la antigüedad nuestro planeta e interactuado con los humanos propiciando un espectacular desarrollo tecnológico, algunas de las muestras del cuál  aún no podemos explicarnos científicamente. Entre los elementos en los que se apoyan los defensores de estas ideas son, además de determinados restos arqueológicos, las descripciones de apariciones de entidades sobrenaturales que pueden encontrarse en los antiguos textos sagrados, como la Biblia, o la literatura Védica. 

Los controvertidos planteamientos de Däniken han tenido una gran influencia en la cultura popular haciendo que en que muchas personas miraran al cielo con otros ojos y e incluso acercando un nuevo sector de público a la arqueología.  Sin embargo, creo que lo más importante de esta historia es que, para muchas de estas personas, el hecho de entrar en contacto con esta hipótesis supuso descubrir la existencia de grandes misterios, que ni siquiera sospechaban que podían estar ahí. 
Nadie puede plantearse cómo los antiguos pudieron construir determinadas maravillas megalíticas si no sabe que éstas existen, o no se ha dado cuenta de que hay algo tan difícil de explicar en ellas. Däniken vió germinar y crecer su teoría entre las grietas del conocimiento oficial, y muchos tratan desde el mismo de buscar explicaciones para salir del paso y evitar darle la razón a toda costa. Antes que rebatirlos, personalmente me resulta curioso que parezca más plausible la idea de una humanidad asistida en el pasado por inteligencias extraterrestres, que la de una humanidad presente que haya perdido facultades con el devenir de los años. Pero algo más  llama mi atención.

Auque en ocasiones se exagera un poco al respecto, el hecho es que existen realmente muchas cosas que no nos podemos explicar. Sin embargo, da la impresión de que tal como esa puerta a los Grandes Misterios se abre, alguien se apresura rápidamente a empujarla de un golpe con una respuesta precipitada, si es que no la tiene preparada de antemano como una especie de medida de seguridad. No importa demasiado si esa respuesta es una simplificación cientificista -que no científica-, o si lleva el nombre de una supuesta raza alienígena o de un antiguo Dios o Diosa, si zanja el tema con  ángeles, demonios o genios: Aquí, en este punto, se acaba el Misterio, y se vuelve a la creencia, como a la vieja caverna de la que habló Platón. 

Mucho de lo que se dice y escribe sobre los Misterios es similar a una de esas caricaturas en las que un humano tembloroso intenta apaciguar a un león hablándole como si fuera un gatito. El Misterio es molesto porque viene a recordarnos que no sabemos demasiado, y lo que sabemos puede esfumarse de un momento a otro. El Misterio puede ser terrorífico porque nos hace comprender que, de hecho, no entendemos casi nada, y que en esto estamos tan solos...  nos sobreviene un extraño vértigo, y queremos pensar rápidamente en otra cosa. Por ejemplo una respuesta repentina que nos ayude a cerrar esa maldita puerta a la que acabamos de asomarnos. 

En una ocasión, en clase de primaria, nuestra profesora  dio a cada alumno una pequeña caja, y nos pidió que, sin abrirla, tratáramos de deducir qué objeto contenía. Durante un buen rato, estuvimos calculando su peso, sus posibles medidas, tratando de deducir qué era agitando las cajas y escuchando a qué sonaba aquello. Lo anotamos todo en un papel, y luego compartimos impresiones con nuestros compañeros, hasta llegar a un consenso, anunciando una hipótesis final. Todos estábamos seguros de que, al finalizar la clase, nuestras cajas se abrirían y podríamos comprobar si habíamos "acertado" la respuesta, pero las cajas fueron retiradas sin que pudiéramos comprobar nada. 
Se nos dijo, sin embargo, que así es como la ciencia funciona: te acercas en la medida de lo posible con las herramientas que tienes al alcance, pero no siempre puedes comprobar si la respuesta que planteas, aún cuando sea formalmente correcta, es la que corresponde a lo que allí se encierra.

Si tuviera un grupo de brujos en formación a mi cargo, no dudaría de hacer este experimento con ellos, porque creo que si tenemos algo en común las brujas y los científicos es que para ser realmente buenos en el camino que elegimos, tenemos que aprender a vivir y a dormir con esa "maldita" puerta al menos entreabierta, sin esgrimir en nuestra defensa un puñado de creencias, aún cuando lo que sospechemos que pueda encontrarse al otro lado nos desagrade, o incluso nos dé miedo. Al fin y al cabo siempre será  mejor vivir enfrentando un miedo auténtico que remita a lo profundo de nuestra existencia, que dejarnos rodear por un sinfín de temores mezquinos, nacidos de una humanidad estancada en la zona de confort.

Volviendo ahora a esa la necesidad acuciante del saber, podemos entenderla como un llamado, como el mecanismo que hace que salgamos a buscar esas respuestas tan codiciadas. El hambre de conocimiento puede ser un verdadero mal, no por el hecho de hacernos salir en su búsqueda, sino porque si nos permitimos estar demasiado hambrientos corremos el riesgo de  empezar a perder el sentido común y abalanzarnos sobre lo primero que pase por delante y que nos parezca comestible. Puede que se trate en realidad de algo venenoso, o que incluso siendo alimento de calidad nuestros cuerpos no estén preparados para digerirlo y, por lo tanto, nos haga daño. Puede dejarnos fuera de juego por una temporada, o por siempre, y  aunque creo que a todos nos ha pasado alguna vez y hemos sobrevivido, deberíamos aprender algo de la experiencia. 
También puede suceder que, estando demasiado "hambrientos", alguien venga a ofrecernos sus respuestas como quien marea a un perro a su antojo haciendo pasar un pedazo de carne frente a sus ojos. Si el truco de la zanahoria y el asno empieza a funcionar también con nosotros, está claro que en vez de acercarnos al conocimiento nos estamos alejando cada vez más de él. 

El conocimiento no es sólo saber, no se trata de acumular datos ni siquiera de ordenarlos y enlazarlos en un discurso primoroso, ni tampoco de aprender un puñado de trucos y maneras impresionantes para sacar ventaja de los demás. Conocimiento es, en cierto modo, algo así como lo que nos capacita para movernos libremente entre todo aquello que se nos pone delante. Sospecho que se obtiene al estar dispuestos, al menos, a prestar atención a esto de estar vivo.

Mientras pensaba en esto me acordé nuevamente de Rilke, y parte de la respuesta que, a principios del pasado siglo, daba al joven  Kappus cuando éste le interrogaba acerca de si debía dedicarse a la escritura, fragmento que yo aconsejaría a cualquiera que esté iniciando el camino, pero también a muchos de los que llevan un rato en él :
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
Cartas a un joven poeta,  Rainer María Rilke.

Quiero pensar que en gran medida los caminos del paganismo actual conservan al menos la posibilidad de esta conexión íntima, personal e intransferible con los Misterios que, tal como las respuestas que anhelamos, más que ser desvelados, deberían ser vividos tal como son, con toda su fuerza, cuando llegue el momento en el que estemos preparados para ello, es decir, en que podamos aguantar la sacudida que van a suponer. 

Obviamente, todos tenemos nuestras creencias, del mismo modo que tenemos nuestra versión personal de la realidad, simplemente... se trata de tener una mínima conciencia de su relatividad. Ciertamente, en ocasiones el Misterio puede ser incómodo e incluso terrorífico, pero no es difícil acostumbrarse a su presencia en nuestras vidas, que llega a ser un pozo que nos trae el agua de las raíces.

Aprendemos que podemos resolver bastantes cosas aún cuándo no tengamos toda la información al respecto, y en lugar de actuar ciegamente como si creyéramos saber todo lo que se puede saber, actuamos con la prudencia de quien sabe que tal vez algo se le escapa, pero igual debe moverse. La noción del Misterio nos enseña también a no precipitarnos en nuestros juicios y conclusiones, a desarrollar la paciencia necesaria y conservar la claridad mental, a pesar de las punzadas de nuestra curiosidad.  E incluso, como la conciencia de la propia muerte, nos ayuda a situarnos en el momento presente y darle el valor que en justicia merece. 

Pero tal vez su mayor enseñanza es que uno puede asomarse a un abismo infinito, y enfrentarlo sólo, simplemente mirándose al espejo; y creo sinceramente que ningún brujo debería conformarse con menos.

3 de enero de 2012

Las Batallas Nocturnas



Witch chasing away a demon (?), 1528

En su extenso estudio Historia Nocturna, Carlo Ginzburg da a conocer un cúmulo de prácticas  de tipo extático que se repitieron con algunas variaciones, a lo largo de la geografía europea desde la antigüedad hasta principios de la época moderna. Muchos de ellos se consideraban buenos cristianos – por más que las autoridades eclesiásticas de la época no opinaran lo mismo- pero, al mismo tiempo, su vínculo con la Tierra y su desempeño en los cultos agrarios fueron más significativos que los que se atribuyen, en la mayoría de casos, al paganismo actual. 
El autor reúne una serie de protagonistas de ritos agrarios que escapan de los esquemas preconcebidos de la Inquisición, para cumplir con la siguiente secuencia: Librar, de forma periódica, batallas por la fertilidad de los campos en determinados momentos del año. Estas batallas se llevaban a cabo en estado de éxtasis, en ocasiones en el Inframundo, o en otros mundos. Para asomarnos a su realidad -separada ya de la nuestra- , será necesario despojarnos de prejuicios y adentrarnos en la niebla, a veces muy densa, en la que cobran forma los relatos que han llegado hasta nuestros días.

Tal vez el caso más conocido de estas "batallas nocturnas", popularizado por el mismo Ginzburg,  sea el de los benandanti. Con este término con se designaba, en la región de Friul (noreste de Italia), entre los siglos XVI y XVII, a quienes afirmaban asistir periódicamente a las procesiones de las ánimas, pero también a quienes declaraban combatir por la fertilidad de los campos contra malandanti, asimilados por ellos como brujos/as. Según su propio relato, el espíritu abandonaba temporalmente el cuerpo caído en letargo, a veces en forma de animal, a veces montando uno, para dirigirse a las procesiones de muertos o a las batallas que se producían durante las cuatro témporas de la liturgia cristiana, es decir, a principios y finales de cada estación.

Un esquema muy parecido seguían, en Livonia y territorios aledaños, los licántropos. El caso más conocido, tratado tanto por Ginzburg como por Claude Lecouteux, es el de un anciano octogenario llamado Thiess, juzgado por la Inquisición en el año 1692. Según su declaración los licántropos de Livonia, Alemania, Rusia… descendían al infierno tres veces al año (las noches de Santa Lucía, San Juan y Pentecostés) para luchar contra los demonios y sus brujos, quienes robaban los granos germinados. Los licántropos debían recuperar el grano para impedir la carestía de sus tierras.  
La imagen del licántropo como protector de las cosechas no es común en la actualidad, sin embargo, según Ginzburg, la idea de un licántropo agresivo no empieza a cristalizar hasta mediados del s. XV, al mismo tiempo que la imagen hostil de la bruja. En cambio, el lobo ha sido asociado desde la antigüedad al mundo de los muertos, y el periodo en que los licántropos realizaban sus actividades en los países germánicos, bálticos y eslavos – las doce noches entre Navidad y la Epifanía- coincide con el periodo en el que, en dichas culturas, se considera que vagan las ánimas.

En Istria, Eslovenia, Croacia y a lo largo de la costa Dálmata hasta Montenenegro existe una serie de creencias equiparables a la de los benandanti. El kresnik en Istria y Eslovenia, llamado en Croacia krsnik, corresponde en la Croacia septentrional al mogut, en Dalmacia al negromanat y en Bosnia, Hercegovina y Montenegro al zduhać; casi siempre se trata de un hombre y su nacimiento está señalado por alguna singularidad. Estos individuos están destinados a combatir, a veces en periodos establecidos como la Noche de Navidad o las témporas, contra brujos y vampiros para deshacer maleficios y asegurar las cosechas venideras. Los combates se llevaban a cabo en espíritu, que salía del cuerpo cataléptico y para adoptar forma de animales como cerdos, perros, caballos, bueyes, etc. 

En el folklore húngaro existe la figura análoga del táltos, nombre con el que se designaba a hombres y mujeres procesados por brujería desde finales del siglo XVI. Una vez más, los táltos rechazaban las acusaciones que desde los inquisidores se vertían sobre ellos, considerándose, como Thiess, al servicio de Dios. También se distinguian por alguna particularidad en el nacimiento, y llegados a cierta edad un táltos mayor se les aparecía, en forma de animal, para retarlos. En algunas ocasiones, con anterioridad a este hecho, el futuro táltos soñaba que  era despedazado, o debía superar otro tipo de pruebas iniciáticas. Cada cierto tiempo, tras caer en una suerte de trance, luchaban “en las nubes”, generalmente contra otros táltos, pero también contra brujas y extranjeros: El éxito en la batalla aseguraba la cosecha para los suyos. Por este motivo, en tiempos de sequía, los campesinos les llevaban dinero y comida para que procuraran lluvia, pero los táltos, que podían curar a los malditos e identificar a las brujas, eran personajes ambiguos, que podían también amenazar a sus vecinos con la posibilidad de desencadenar tormentas.

En el  Cáucaso septentrional se encuentran los osetios, lejanos descendientes de los escitas. A principios del s. XIX el orientalista Julius Klaproth reseñaba sus costumbres y creencias, mezcla de cristianismo y tradiciones antiguas, con una devoción singular hacia el profeta Elías: 
Entre ellos hay también viejos y viejas que en la Noche de San Silvestre caen en una especie de éxtasis y se quedan en el suelo inmóviles, como si durmieran. Cuando se despiertan, dicen que han visto las ánimas de los muertos, unas veces en un gran pantano, otras cabalgando sobre cerdos, perros o machos cabríos. Si ven un ánima que recoge el grano en el campo y lo lleva al pueblo, lo consideran el auspicio de una cosecha abundante. 
Otros folkloristas rusos contribuyeron a confirmar y ampliar este testimonio. En el periodo comprendido entre Navidad y la noche de San Silvestre, algunos individuos abandonaban sus cuerpos para viajar en espíritu, cabalgando sobre animales u objetos,  al reino de los muertos. En este reino ultraterreno se hallaba un vasto prado con flores, frutos y granos. Los espíritus viajeros debían llevar consigo las semillas de cereal y árboles frutales de las futuras cosechas, sin dejarse seducir por los aromas y colores de algunas flores que  producían enfermedades. Cuando los viajeros regresaban con el tesoro, eran perseguidos por los muertos, que les lanzaban unas flechas no producían heridas, pero que, sin embargo, podían matar a aquel a quien alcanzaban como una maldición. 

Ginzburg afirma que existe una clara conexión entre el chamanismo euroasiático (los pueblos samis, samoyedos y tunguses) y las prácticas extáticas rituales agrarias europeas, aún cuando se trate de  sociedades muy distintas entre sí. 
En las poblaciones de pastores nómadas los chamanes caen en éxtasis, abandonan el cuerpo y viajan transformados en animales o montados sobre uno hacia otros mundos para obtener renos, mientras que sus análogos pertenecientes a comunidades agrícolas hacen lo mismo para obtener buenas cosechas. La mayor diferencia es que los chamanes llevan a cabo su tarea de un modo público, mientras que en el ámbito agrario la catalepsia se produce siempre de un modo privado. Sin embargo, en ambos casos, estos individuos encarnan una conexión entre los mundos, y actúan como una suerte de mediadores entre vivos y muertos.


Fuente: Carlo Ginzburg, Historia Nocturna, Barcelona, Ediciones Península, 2003.