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31 de octubre de 2011

Huesos y semillas


Edvard Munch, Death and the Maiden, 1894. Fuente.


A finales de octubre el verano se ha rendido por completo, yace deshecho en montones de hojas secas que empiezan a ennegrecerse, y un viento más frío nos advierte que es tiempo de guarecernos en casa. Varias tradiciones celebran la víspera de noviembre como un punto de contacto entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Si el Equinoccio de otoño es una festividad de agradecimiento, de celebración de la abundancia, y la despedida para quienes emprenden el viaje hacia el Inframundo.

Persiste en el aire un llamado a adentrarnos en la cueva, en la tierra, en el aspecto interno de nuestra existencia, allí dónde no llega la luz del sol pero se tejen los sueños que germinarán en la primavera. Una invitación a viajar a los confines sombríos de nuestro ser en los que todo empieza, y a recuperar parte de nuestra conciencia y poder olvidados.


Despojarse de la carne

Uno de los mitos más ilustrativos al respecto es el del descenso de la diosa Inanna al Inframundo. En esta narración Innanna debe ir despojánse de todas sus joyas y vestiduras a medida que se adentra en el mundo subterráneo, porque tales son las leyes del Inframundo. Al llegar con su temible hermana Ereshkigal ésta la condena:

Desnuda e inclinada, Inanna entró al salón del trono.
(...)La rodearon los Anunna, jueces del inframundo.
Pronunciaron sentencia en su contra.
Entonces Ereshkigal amarró el ojo de la muerte sobre Inanna
Habló contra ella su palabra de ira.
Exclamó contra ella su grito de culpa.
La golpeó.
Inanna se convirtió en cadáver,
Una pieza de carne podrida,
Y fue colgada de un gancho sobre la pared.1

El cadáver será posteriormente rescatado y rociado con las Aguas de la Vida, gracias a las cuales Inanna regresará al mundo de los vivos, pero la cuestión a señalar aquí es que esta muerte no se trata desprenderse sólo de los bienes materiales (las joyas, las vestiduras y aquellos elementos simbólicos que se les puedan asociar). La historia de este sacrificio voluntario va más allá, porque tras ser desnudada, Inanna es condenada y linchada hasta su muerte... hasta convertirse encarne podrida colgada de un gancho. La figura de una diosa, tal como estamos (mal)acostumbrados a imaginarla, es irreconocible aquí: nada queda de su poder, de su belleza, de sus funciones. El sacrificio voluntario de la divinidad podría ser una suerte de pago por descubrir lo que hay de importante en esta historia.

El precio de cruzar al otro lado es estar dispuesto a aceptar nuestra propia muerte, invitar a esa sombra oscura a nuestra casa, a nuestra mesa y a nuestro lecho. Aprender a no temerla, a ver más allá de su aspecto horrible, y considerar, por nuestro bien, sus sabios consejos. A menudo tenemos miedo de las cosas que acaban, de las despedidas, de los finales. Incluso cuando los deseamos, a menudo queda un residuo de temor por lo que vendrá a continuación.

Tenemos miedo de lo que somos, de que las cosas cambien demasiado, de sobrevivir a nosotros mismos, a nuestros viejos parámetros y formas de entender el mundo, incluso a nuestros sueños caducos. Y tenemos también miedo de dar luz a nuevos proyectos, de ver nacer nuevas esperanzas, de empezar una y mil veces. Este miedo nos impide vivir cada momento con la atención que merece, nos convierte en unos locos que huyen de la naturaleza de su propia existencia, y nos hace desgraciados. Así que, al fin y al cabo, por horrible que nos parezca, y aunque en ocasiones implique cierto grado de esfuerzo y sufrimiento, es mejor reconciliarse con la muerte y empezar a vivir en plenitud.


El alma ósea

Inanna se despoja de su carne. Existen rituales simbólicos en el mismo sentido, en los que el aspirante es maltratado, asesinado, devorado, desmembrado o descarnado con el fin de renacer como iniciado. En muchas culturas el hueso es también símbolo de lo esencial, y a partir del esqueleto se puede reconstruir la vida del animal sacrificado o incluso del héroe muerto. En pueblos cazadores del norte de Europa y Siberia se manifiesta la creencia de que la reconstrucción del esqueleto de la caza, la presa sería recuperada. 2

La osamenta es la parte más duradera del cuerpo y a menudo se ha considerado que alberga una suerte de alma propia. Esta idea, ligada a la prohibición de romprer los huesos, está presente en episodios mitológicos que nos son familiares, como aquel de la Saga de Snorri en el que el dios Thor sacrifica a los bucos que tiran de su carro, resucitándolos al día siguiente a partir de sus osamenta. El episodio formará también parte de los Milagros de San Germán de Heiric de Auxerre, en el 872, y estará presente en las declaraciones del proceso inquisitorial de Pierina, en 1390, quien afirmó que Madonna Oriente, tras el banquete de carne, recogía los huesos y los poníendolos sobre los pellejos, devolvía la vida a los animales, aunque ya no servían para trabajar. 3

En última instancia, este alma ósea es también una memoria que persiste aún cuando la vida ha partido, un último hilo de voz que, en ocasiones, se hace oír entre los vivos en numerosas historias de fantasmas y aparecidos, que reclaman una sepultura digna o la conclusión de algún asunto pendiente.


Huesos y semillas

En cierto modo, los huesos conservan una vida propia, esencial, duradera, aparentemente incorruptible, a partir de la cual se puede recrear un mundo. Tal como indica Pinkola Estés:
Los símbolos del hueso y la semilla son muy similares. Cuando se tiene el rizoma, la base, la parte original, cuando se tiene el maíz de siembra, cualquier estrago se puede arreglar, las tierras devastadas se pueden volver a sembrar, los campos se pueden dejar en barbecho, la semilla dura se puede remojar para ablandarla, para ayudarla a abrirse y germinar. 4
El paralelismo, la cercanía entre el hueso y la semilla es esencial en este momento del ciclo anual y en el contexto del viaje al Inframundo. Cuando la fruta, pasado el momento de maduración, se descompone, descubre la semilla que asegura la perpetuación de la especie. Nada se pierde en este ciclo, la putrefacción de su materia enriquece el suelo del que la nueva semilla se alimentará.

Del mismo modo uno acepta la muerte como un proceso que requiere despojarse de todo aquello que sobra en nuestras vidas y permite acceder a lo esencial, a la semilla que contiene aquello que en verdad se es, y nos enseña a alimentarlo para que pueda brotar en la superficie de nuestra vida, para que llegue a dar frutos. La muerte permite establecer límites, asignar finales y liberar con ello energías que permanecían atrapadas en un sinfín de elementos caducos que amontonamos descuidadamente en un lugar al que preferiríamos no asomarnos demasiado, porque la muerte es también un trabajo, y nunca morimos dos veces igual.

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NOTAS:

1. Canto de Inanna.Sumeria.3500 a 2000 a.C. Versión de Diane Wolkstein y Samueel Noah Krame,Traducción de Ofelia Iszaevich. Publicada en De sombras y de luces, por Lía Luna.

2. Jean Chevalier, Alain Gheerbrant. Diccionario de los símbolos. Barcelona, Herder, 2003. pp.580-581

3. Claude Lecouteux, Hadas, Brujas y Hombres Lobo en la Edad Media. Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 1999. pp.66-68.

4.Clarissa Pinkola estés. Mujeres que corren con los lobos. Madrid, Ediciones B, Suma de letras, 2001. p.56

Un camino de cabras

Hace muchos años aprendí algo de las cabras: Algunas criaturas comen hierba verde sin temer las espinas del zarzal; se abren paso con naturalidad hacia sus particulares objetivos sin esperar ser guiadas ni pretender ser seguidas, tienen la capacidad de brincar a lugares imposibles y de mantener el equilibrio evitando caer cuando se asoman a un precipicio. Ésta me parece también una buena descripción para un practicante de brujería.

Creo que el conocimiento de otros raramente nos servirá, a menos que de alguna manera logremos procesarlo hasta hacerlo nuestro, y que por eso es importante que cada quién elija de modo consciente el modo en que va a transitar por el mundo y gane una voz propia para poder expresarse con libertad. Algo que he podido corroborar después de recorrer otros tipos de vías es que precisamente este "camino de cabras", modesto e irregular, de vez en cuando accidentado, solitario y tranquilo, es el tipo de sendero al que pertenezco.

Y desde este sendero voy a escribir, sin otra pretensión que disfrutar de lo que me gusta hacer, por amor al Arte. Quiero dar la bienvenida a todo aquél que, por uno u otro motivo, llegue a leer estas líneas. Lo invito a pasar, a tomar lo que le pueda servir, a dejar sus comentarios, a compartir su presencia con otros. Incluso si aparece algún desaprensivo, será despedido, pero llevará consigo, como los demás visitantes, mis mejores deseos.


México D.F. , a 7 de octubre de 2011