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27 de diciembre de 2011

Saludo al invierno


Johan Christian Dahl, The Old Oak Tree in Winter, 1822

Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su alma, en su más íntimo saber.
 Cartas a un joven poeta, Rainer María Rilke

Diciembre es un mes lleno de reuniones con familiares y amigos, luces brillantes en la noche y bullicio en las vecindades. Entorno a estas fechas señaladas, como llevadas por una violenta corriente, muchas personas se amontonan en los centros comerciales, agobiadas, buscando un regalo de última hora... Hay  muchos otros motivos de agobio, generados por una serie de expectativas que parecen flotar en el aire: Reuniones a las que acudimos sin ganas, por compromiso; temores debidos a la posibilidad de que nuestros presentes no sean los acertados, frustración cuando no estamos en condiciones de llenar una mesa como lo hicimos en otros tiempos...

Por supuesto, esta clase de condena sólo está en nuestra mente, es decir, depende de nosotros si la aceptamos o no. Sin embargo, es necesario aprender a detenerse cuando los automatismos de la urgencia y el "deber" nos arrastran, y preguntarnos acerca de lo que estamos haciendo, cómo nos sentimos al respecto y si hay algo que podamos hacer  para mejorar la situación. Es conveniente separarse, aunque sea por unos minutos, y reencontrarnos con nosotros mismos en el silencio y la soledad : ésta es la cita a la que la estación nos llama, y a la que la sociedad en la que vivimos pretende que rechacemos. 


Johan Christian Dahl, Megalith Grave in Winter, ca. 1825
El invierno debería servir para reforzar nuestra conexión con la tierra, con nuestro cuerpo y con nuestro mundo interior. El frío aguarda, pero en las mañanas claras, la luz nos invita a salir: hay quietud en las calles, interrumpida a penas por el vuelo de las aves. Restos de hoja seca se arremolinan al pie de los árboles que se alzan como manos huesudas hacia el cielo. El mundo se tiñe de una luz dorada al pasar el mediodía, y el sol aún pinta de colores pastel las breves tardes de la estación, que se diluirán sin prisas en la noche oscura y larga. De alguna casa, de algún puesto callejero, llega el olor a leña quemada y con él los recuerdos más plácidos. Por  poco que nos separemos del transcurrir apresurado, de los anuncios, los destellos y sonidos que estallan como reclamos a nuestro paso en las calles, encontraremos los rincones desde los que  incluso en una gran ciudad aún se puede observar el invierno, y hacer nuestra la serenidad que trae consigo. 

En este tiempo la naturaleza parece aquietarse, despojarse de la exuberancia vegetal y mostrar sus formas desnudas; replegarse sobre sí misma para tejer el mundo en el sueño de sus entrañas. Algo en nuestro ser algo que puede estar sepultado bajo capas de omisión, buscará siempre seguirla e imitarla, y nos llenará de una extraña tristeza cuando nos empeñemos en rechazar la invitación. En contraste con los mensajes publicitarios con los que se nos acosa continuamente en estas fechas, el invierno nos habla de la sencillez, de la austeridad, del descanso y de las cosas que son  en verdad importantes y dignas de celebrar. No se trata de buscar y competir por el regalo más sofisticado o más caro, sino de entender que prácticamente cualquier cosa, incluida nuestra vida, es un regalo y que la mejor manera de disfrutarlo es saber apreciarlo, agradecerlo y compartirlo con nuestros allegados.


Johan Christian Dahl, Danish Winter Landescape, 1838.
Sabemos en el fondo que la relación que tenemos con otros es en gran medida un reflejo de la que mantenemos con nosotros mismos. Éste es un buen momento para hacernos un regalo - en vez de esperar a que alguien más nos lo quiera hacer -, pasar un rato a solas y, sobretodo, prestarnos atención. Hacer balance de nuestra vida, de aquello que nos gustaría mantener o mejorar, hacer planes, comprometernos y convertirnos en nuestro mejor aliado en la tarea de transformar en realidades nuestros objetivos y deseos. 

Algo que aprendemos con el paso de las estaciones, es que las referencias que buscamos en el exterior deben llevarnos a lo profundo de nosotros mismos, dónde se encuentran todas las respuestas y soluciones que podamos necesitar. Transitar estas sendas no es difícil, aunque son necesarias paciencia, serenidad, claridad y persistencia. Las cosas que al principio no entendemos demasiado van haciéndose más comprensibles con el tiempo y la experiencia, no es necesario tener prisas, y menos aún que nadie venga a "rescatarnos de la ignorancia" o a decirnos qué es lo que debemos hacer... En cambio es importante reflexionar sobre lo que queremos hacer, y cómo podemos lograrlo. 


Johan Christian Dahl, Winter at the Sognefjord, 1827 
Uno de los retos que nos presenta el tiempo en que vivimos es aprender a no dejarnos engañar por la falsa imagen de abundancia que proyecta la sociedad de consumo, y que sólo consiste en la acumulación de artículos y servicios que raramente corresponden a una necesidad real y que suponen un alto precio a pagar - mucho más del que desembolsamos- en nuestro entorno natural y humano. Una abundancia de lo sobrante, que ni siquiera se refiere a lo material, sino a una serie de imágenes ideales fabricadas para negar la realidad y perpetuar la insatisfacción. Una falsa abundancia que pretende convencernos de que o bien todo está hecho, o no hay nada que podamos hacer. Lo que es más: que esto es cómodo y deseable porque cualquier otra opción implicaría enfrentar peligros inenarrables.  Es por esto que la imagen de unas rocas cubiertas de liquen, una hoja caída, un cielo al atardecer puede tener un eco tan poderoso en nosotros cuando logramos detener el automatismo y prestar atención: Nos devuelven el sentido de la realidad, nos están llamando a casa. Nos están recordando que lo que realmente importa está en nosotros, y que somos libres de transitar un camino propio, real y satisfactorio, a pesar de las incomodidades que pueda suponer,, y a pesar de esos curiosos peligros anunciados que empequeñecen hasta desaparecer cuando nos negamos a apartar la mirada.


Johan Christian Dahl, Nubes en luna llena, 1822

23 de diciembre de 2011

Fantasmas de Navidad


Ilustración de Arthur Rackham, 1915

Casi por casualidad encontré el audio del clásico Cuento de Navidad de Charles Dickens, que sin duda no merece la mayoría de las versiones y "adaptaciones" que se han hecho de él. Queda pendiente investigar si Dickens pudo inspirarse en alguna tradición previa para situar su versión de la procesión de muertos, condenados y espíritus precisamente en estas fechas.


La aparición se alejó retrocediendo y a cada paso que daba la ventana se iba abriendo poco a poco, de manera que al llegar el espectro estaba abierta de par en par. Le hizo señas a Scrooge para que se aproximase y éste así lo hizo. Cuando estaba a dos pasos de distancia, el fantasma de Marley levantó la mano para advertirle que no siguiera acercándose. Scrooge se detuvo. Se detuvo más por miedo y sorpresa que por obediencia: nada más levantar la mano comenzaron a oírse extraños ruidos; sonidos incoherentes de lamentación y pesar; quejidos de indecible arrepentimiento y compunción. El espectro, tras escuchar por un momento, se unió al macabro gorigori y salió flotando hacia la negra y siniestra noche. 
Scrooge continuó hasta la ventana con desesperada curiosidad. Se asomó. Por el aire se movían sin descanso, de un lado a otro, numerosísimos fantasmas que gemían al pasar. Todos llevaban cadenas como las del fantasma de Marley; unos cuantos (tal vez gobiernos culpables) iban encadenados en grupo; ninguno estaba libre de cadenas. Scrooge había conocido en vida a muchos de ellos. Había tenido bastante relación con un viejo fantasma que llevaba un chaleco blanco y una monstruosa caja de caudales atada al tobillo, que lloraba compungido porque le era imposible auxiliar a una desdichada mujer con un hijito, a la que estaba viendo allá abajo apoyada en el quicio de la puerta. Claramente se percibía que el tormento de todos ellos consistía en que deseaban intervenir, para bien, en situaciones humanas, pero habían perdido para siempre la capacidad de hacerlo.
Scrooge no sabría decir si aquellas criaturas se disolvieron en la niebla o si la niebla les ocultó, pero ellos y sus voces espectrales desaparecieron a la vez. La noche volvió a ser como cuando él llegó a su casa.

Cuento de Navidad, Charles Dickens, 1843


Ilustración de Arthur Rackham, 1915

15 de diciembre de 2011

La mitad oscura del año



A Road in Winter, Christopher K. Hsee, s.f.

Aunque por lo general se divide el ciclo anual se divide de acuerdo a las horas de luz solar en una mitad luminosa y otra oscura, creo que tiene sentido dividirla en función de los eventos que simbólica o naturalmente suceden “sobre” y “bajo” tierra, siguiendo el ciclo que traza una la semilla desde que germina hasta que regresa a la tierra de la que surgió. La mitad oscura del año no sólo se caracteriza por sus largas noches, sino por que todo aquello que es esencial para la vida y se produce fuera del alcance de la vista y el oído del común de los mortales.
La fuerza del sol mengua y el frío reina sobre la tierra, sin embargo en sus entrañas, como en un vientre maternal, aguardan ocultas las semillas que son promesa del retorno de las mieses y, por extensión, de la luz, el calor y el alimento. Numerosas tradiciones disponían de ritos para acompañar al sol en su regreso del mundo de los muertos, y así mismo se viajaba al Inframundo para asegurar que las semillas encontraran el camino de ascenso a los campos.
El contacto con el Inframundo y, especialmente, con el mundo de los difuntos, es algo que aún parece restringido a la celebración de Samhain, Halloween, o el Día de Muertos: Al acercarse el solsticio de invierno el paganismo actual parece querer dar un salto hacia adelante y cambiar de tema: “Muy bien, ahora ya podemos hablar del nuevo sol”. Sin embargo, no conviene apresurarse: El hecho es que durante toda la mitad oscura del año las cosas más importantes suceden bajo tierra, siguiendo el esquema del que posiblemente sea el más antiguo de los relatos heroicos (el viaje de la divinidad al Inframundo, y la hazaña de su regreso), y tienen relación con la Muerte y sus dominios.
Tal vez sea conveniente plantearse hasta qué punto son esencialmente distintas las prácticas, por ejemplo, del Trick or Treating y la tradición navideña de los grupos de niños que van de casa en casa, cantando villancicos y pidiendo un aguinaldo. Los vínculos entre las figuras que tradicionalmente surcan los cielos y dejan regalos, como San Nicolás, Befana o los Reyes Magos, con los tradicionales líderes de los ejércitos de los muertos: Odín, Holle, Diana... La diferencia entre dejar ofrendas de alimento y bebida a los muertos el Día de Difuntos, y dejar pan y agua a las monturas, de los visitantes benefactores e incluso vinos y licores para ellos; o entre señalar el camino a casa con velas, con lámparas de calabaza y papel, o con luces de colores.
Se podrían encontrar aún muchos más ejemplos de este tipo de tradiciones, pero lo que interesa subrayar aquí es la conexión entre las celebraciones populares que, en relación con el ciclo anual, van desde el otoño a la primavera; desde las festividades de los muertos hasta los carnavales de febrero. La oscuridad reina sobre una luz que, bien por estar declinando, bien por estar naciendo, es débil y excepcional. La tierra en sombras guarda cadáveres y semillas: lo que no se ha ido del todo, lo que aún no llega. La noche expande los límites de su territorio, que se difuminan y se vuelven permeables a fin de que se pueda cruzar en ambas direcciones.
Las criaturas de luz sostienen pequeñas llamas de las velas, o se refugian en el hogar, conscientes de lo pequeñas que son, pero también del poder que les otorga ese fuego que pueden llevar consigo. También para ellas es necesario esta inversión temporal del orden de la luz y la oscuridad, del mundo de las cosas tangibles e intangibles; de otro modo los muertos no se podrían ir a descansar a su reino, y las semillas no podrían crecer sobre la tierra. Por un tiempo la inversión parece convertirse en caos, en un ir y venir de entidades y roles, que es también un símbolo de cambio y renovación, tan necesario para que la continuidad no sea una repetición estéril.

4 de diciembre de 2011

El Ciervo




EL CIERVO MÍTICO

Debido a la renovación anual de su cornamenta - identificada con el Árbol de la Vida-, en numerosas tradiciones el ciervo simboliza los ritmos de crecimiento y los renacimientos.

Algunas cosmogonías indígenas de América manifiestan este vínculo entre el ciervo y el árbol, y en ellas, se asocia el ciervo no solamente al este y al alba, sino también a la creación del mundo y los comienzos de la vida (a la que el ciervo llama a aparecer con sus bramidos). El ciervo es, así mismo, el heraldo de la luz que guía hacia la claridad diurna. Un canto de los pawnee lo recuerda:
… Decimos a los niños que todos los animales están despiertos. Salen de las guaridas donde durmieron. El ciervo los conduce. Viene del sotobosque donde mora, guiando a sus pequeños hacia la Luz del día. Nuestros corazones están contentos”.
En otras tradiciones, esta vinculación del ciervo con la luz diurna adquiere una significación cósmica y espiritual. El ciervo aparece entonces como mediador entre cielo y tierra, símbolo del sol naciente que se eleva hacia su cenit, que en no pocas ocasiones asume un rol de psicopompo. Tal vez convendría ver en las cornamentas de ciervo coronando la cabeza del dios Cernunnos una radiación de luz celeste.

La asociación entre el ciervo y el sol tiene dos vertientes, en algunas tradiciones, el ciervo es un equivalente al águila, en su papel celeste y solar (o ígneo), opuesto a la serpiente que representa la tierra y el agua. Pero en este sentido el ciervo puede tener también una connotación negativa, abrasadora, y por ello en algunas regiones se considera un animal de mal agüero que puede advertir sobre sequías e incendios.


En la literatura medieval el ciervo aparece con frecuencia como la transformación de un ser humano o como preludio de encuentro con lo sobrenatural. En ocasiones, la caza del ciervo es condición para la obtención de la doncella, motivo que procede probablemente de alguna historia de metamorfosis, en la que el ciervo y la doncella eran un mismo personaje ( lo cual recuerda la leyenda muy posterior de La corza blanca, de Gustavo Adolfo Bécquer). Esta capacidad de transformarse en ciervo proviene posiblemente de un sustrato mitológico celta, sin embargo, el elemento pasaría a formar parte de leyendas hagiográficas como la de San Patricio -que en un momento de peligro se transforma a sí mismo y a sus hombres en ciervos-.

Por otra parte, ya en la mitología húngara se narra la historia de los hijos de Nimrud, el gran jefe legendario de la antigua Sumeria, Hunor y Magor quienes en el transcurso de una cacería, encontraron un gran ciervo al cual siguieron. El animal los rehuyó, dejándoles en una tierra prometedora y abundante, donde se asentaron con sus pueblos. Esta historia, con las correspondientes variaciones, será un motivo que se repetirá en diversas mitologías, llegando hasta el oriente asiático.



La cierva es, por su parte, un símbolo esencialmente femenino, que puede desempeñar el papel de mater nutritia al cuidado de los niños inocentes (como es el caso de Habis, mítico rey de Tartessos o de Télefo, uno de los hijos de Heracles). En los pueblos turcos y mongoles, la cierva es la expresión de la tierra hembra en la hierogamia fundamental cielo-tierra. Según la creencia mongol, la cierva leonada, pareja del lobo azul, crió a Genghis Khan.

La cierva es también un animal consagrado a Artemis Además de tirar de su carro, la diosa transforma a a la Pléyade Táigete en cierva para librarla de su persecutor, y sustituye a Ifigenia por una cierva en el altar de sacrificio. También transforma, como castigo, al indiscreto Acteón en ciervo para que sea devorado por sus propios perros.

Uno de los trabajos de Heracles consiste en perseguir a la cierva Cerinea, de pezuñas de bronce, hasta el país de los hiperbóreos, a condición de no poderla dañar. En algunas tradiciones esta persecución de la cierva simboliza la búsqueda de la sabiduría. Según Paul Diel en este episodio:
“La cierva, (…) simboliza (…) la cualidad anímica opuesta a la agresividad dominadora. Los pies de bronce, cuando son atribuidos a la sublimidad, figuran la “fuerza del alma”. La imagen representa la paciencia y la dificultad del esfuerzo a realizar para alcanzar la fineza y la sensibilidad sublimes; e indica que esta sensibilidad sublime (cierva), aunque opuesta a la violencia, está dotada de un vigor exento de toda debilidad sentimental (pies de bronce).”
Entre los antiguos húngaros la imagen de una cierva provista de una prodigiosa cornamenta, en ocasiones portando el sol entre sus cuernos, es símbolo del cosmos y por esta razón los escitas representaron a menudo las cornamentas de los cérvidos como llamas. El mismo sol se simbolizó como hijo de esta cierva legendaria. La siguiente canción de Navidad cantada por los regös húngaros ilustra la imagen:
"Cierva de testa maravillosa, con cuernas de mil ramas y puntas, mil ramas y puntas y mil brillantes velas. Entre sus astas porta la luz del sol bendito, en su frente hay una estrella, en su pecho la luna."




EL CIERVO EN LA NATURALEZA


La familia / especie

Los cérvidos (Cervidae) son una familia de mamíferos rumiantes ampliamente distribuida, a excepción del territorio subsahariano, donde los antílopes se encuentran establecidos en los llaman «nichos ecológicos» que en otros lugares ocupan los ciervos.

El ciervo común o venado (Cervus elaphus) es una especie de cérvido ampliamente distribuida por el Hemisferio Norte. Se han documentado unas 27 subespecies distintas con un área de distribución que se extiende por el norte de África, Europa, América del Norte y Centroamérica, que se diferencian entre sí por el tamaño, longitud y color del pelo y forma de las cuernas. Los uapitíes norteamericanos, antaño clasificados como una especie independiente, se clasifican actualmente como subespecies de ciervo.



Características físicas y apariencia

El ciervo tiene un tamaño ordinario entre 160 a 250 cm de longitud y un peso que, en los machos, puede alcanzar los 200 kg. La especie presenta dimorfismo sexual, siendo los machos mayores que las hembras. Los individuos de sexo masculino presentan cuernas que renuevan cada año y, en algunas subespecies, pelo oscuro en cuello y hombros. En algunas ocasiones las hembras presentan también unos cuernos menores. El color del pelaje es normalmente pardo en todo el cuerpo salvo en el vientre y los glúteos, donde tiene un color más claro. Las crías de pocos meses tienen el pelaje rojizo, con manchas y rayas blancas que les ayudan a camuflarse.

Eventualmente pueden aparecer ejemplares blancos, se trata de una particularidad genética (leucismo) debida a un gen recesivo, que da un color blanco al pelaje, pero al contrario que en el caso de los animales albinos, los ojos mantienen su color normal y el individuo no presenta mayor sensiblidad a la radiación solar.

Hábitat

El ciervo habita zonas montañosas, y en bosques frondosos. En verano sube a los lugares más elevados de las cordilleras secundarias mientras que, en los meses invernales, abandona las montañas y desciende a los valles. Cuando las nuevas cuernas del macho están creciendo y aún son débiles, éste permanece en bosques de arbustos y matorral bajo, para no dañarlas contra las ramas o los troncos.




Alimentación

La dieta del ciervo consiste en hierbas, yemas y cortezas de árboles, frutos, musgos, hojas, bellotas, castañas y moras, llegando también a roer sus propias cuernas desprendidas para aprovechar el calcio y sales minerales que les reporta.

Predadores

El ciervo alimenta a numerosos depredadores: linces, lobos, osos, tigres y leopardos (en Siberia y Manchuria), así como pumas (en América). Los individuos muy jóvenes, además, son cazados también por zorros, gatos salvajes, coyotes y águilas. Al contrario de lo que se cree los machos rara vez usan sus cuernos para luchar contra los predadores, ya que éstos son poco efectivos contra los carnívoros, pero pueden emplear la coz. Usualmente, sin embargo, emprenderán la huída o, en el caso de los cachorros, el camuflaje.
A pesar del gran número de predadores, éstos no son suficientes para poner en peligro la especie. En zonas donde se han exterminado a gran número de carnívoros, los ciervos pueden llegar a ser una plaga y amenazar la población de ciertas plantas.


Comportamiento

Una población de ciervos se divide en grupos. Las hembras, los cervatos y los ciervos jóvenes forman un rebaño liderado siempre por una hembra. Los machos adultos forman pequeños grupos, de menos de cinco individuos, y los más viejos viven aislados.

Sólo se acercan a las hembras en la época de celo (a principios de otoño), momento en que comienzan a luchar con los otros machos por el control de un grupo de hembras. Las demostraciones de poder de los machos incluyen los berreos y luchas rituales. Los territorios preferidos son en los que las hembras deban beber o alimentarse.

La cornamenta del ciervo macho se desarrolla durante el verano, adquiriendo mayor tamaño, longitud y número de puntas a medida que avanza la edad del ejemplar. En otoño pierde la piel aterciopelada que las recubre, para lo cual se ayuda frotando las cuernas contra los troncos de árboles.

Durante toda la época de apareamiento, los machos no se alimentan y pasan todo el día luchando entre ellos o copulando con las hembras, de tal manera que pueden llegar a morir de hambre y agotamiento si anteriormente no han acumulado reservas suficientes para el invierno. Se ha documentado que los ejemplares mayores pueden cojear después de este período, convirtiéndose así en presa preferente de los carnívoros, como el lobo.

Tras la época de celo, los machos abandonan la manada, y entre febrero y marzo todos los individuos han perdido ya sus cornamentas. Las hembras preñadas durante el otoño paren una cría o dos 8 meses después, a comienzos del verano. Los cervatillos pueden levantarse y seguir a su madre al poco de nacer, pero ella suele esconderlos entre la vegetación del bosque y acudir regularmente para amamantarlos, cosa que hacen hasta los 3 meses.

A los 2 años las hembras ya son adultas, mientras que los machos alcanzan la madurez a los 3, pero tardarán unos años más en poder vencer la resistencia de los machos adultos y poder aparearse.



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FUENTES:
Jean Chevalier, Alain Gheerbrant: Diccionario de símbolos, Barcelona, Herder, 2003, pp. 285-289

Joan Ramón Resina: La búsqueda del Grial, Barcelona, Anthropos Editorial, 1988, pp. 351- 352

ILUSTRACIONES

Todas las imágenes del artículo fueron realizadas por el pintor holandés Rien Poortvliet ( 1932-1995), conocido ilustrador de El Libro de los Gnomos, escrito por Will Huygen en 1977.